EN BUSCA DE SENTIDO

Estos días por cierto acontecimiento de público conocimiento se ha vuelto a hablar de un tema preocupante, el suicidio. Preocupante en sí mismo, por lo que supone que una persona decida terminar con su vida, y preocupante por el triste palmarés de nuestro país de liderar la estadística latinoamericana y posicionarse en muy buen lugar a nivel mundial en número de suicidios. Es un tema que incomoda, al punto que solo se habla del mismo cuando hay algún insuceso como el reciente, pero luego se vuelve a esconder, por diversos motivos, incluso por uno pretendidamente loable de no crear alarma e incentivar a otros a imitar esta conducta. También se habla de las causas, sin duda psicológicas, ya que se trata de tener viciada de tal forma la libertad que la persona decida ir contra los propios instintos naturales de autoconservación. Sin embargo, podemos advertir motivos más profundos, que son la verdadera raíz de la multiplicación de casos de depresión y trastornos psicológicos afines. Esto tiene mucho que ver con lo ambiental, pues qué otra cosa es el suicidio sino la pérdida de sentido de la vida. Pero, por otro lado, cómo lograr el sentido en medio de una cultura que atenta contra el mismo proponiendo conductas hedonistas, materialistas y en consecuencia carentes de trascendencia. Las experiencias de los seres humanas son científicas, dialécticas –filosóficas– o de sentido. Precisamente estas últimas son las experiencias religiosas y con ello hablamos de la más amplia significación de esta palabra; la experiencia de quien cree que hay trascendencia, un «más allá», una dirección y una esperanza que eviten morir de claustrofobia encerrados en este «más acá». Y no hablo únicamente del «cielo» o «paraíso» de la tradición cristiana, sino de cualquier herramienta de índole espiritual que motive a seguir caminando a pesar de las dificultades y que abra otros horizontes de posibilidades, para superar el fatalismo y huir de la desesperación. Si comparamos lo que sucede con el suicidio en nuestra cultura desacralizada con otras donde lo religioso, del signo que sea, sigue siendo fundante, nos daremos cuenta de la evidencia de que nuestras sociedades desencantadas y descreídas literalmente se están suicidando. Qué decir al respecto, en este contexto cultural, de nuestro «laico» y desacralizado Uruguay, donde se hacen patentes las correlaciones antes aludidas: el suicidio es directamente proporcional a la falta de sentido y este lo es de la experiencia religiosoespiritual, única que puede colmar la necesidad natural de trascender sobre la inmanencia de lo material. El sinsentido no es el camino, pues anida en nuestro ser un ansia de algo más, un deseo de inmortalidad, una plenitud donde realmente se realice nuestra naturaleza de seres humanos, es decir, racionales y libres.

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