Gladys Gil: Recuerdos

Como cada vez que él regresaba, su niña ya lo esperaba ansiosa para pasear a caballo. Recuerdo un día, con tan solo tres años, mi padre me dijo: -Si me ayudás a lavarle el lomo, te dejo andar sola. Mi madre escuchó, pero no podía creer que fuera a andar sola y así fue que yo con esa edad ya pudiera manejar las riendas del caballo y de mi vida. Desde ese momento supe que iba a amar a los caballos, Hasta el día de hoy, para mí es un animal hermoso y ejemplar. Cada regreso esperaba ansiosa la llegada de mi papá. Él sacaba el recado y yo subía en un banco hecho de maderas rústicas y comenzaba a lavar el lomo del caballo. Con apenas cinco años noté que después de cada regreso, Sapo -así se llamaba el caballo- no se veía bien y le conté a mi padre lo que a mi corta edad pude reconocer: Sapo no era feliz yendo a las tropeadas. Fue entonces que lo dejó a mi cuidado. Cuando regresaba de la escuela, caminaba con Sapo a mi lado buscando pastos frescos. Se revolcaba y quedaba tendido en las gramillas cortas. Yo junto a él quedaba dormida hasta que mi madre me llamaba para la merienda. Un día subí sin que nadie se diera cuenta y Sapo, feliz, me llevó hasta el río, en la orilla se detuvo y bajé. Él se dio un chapuzón. ¡Qué hermosa estaba el agua! Ya de regreso nos detuvimos, junté unas flores silvestres para llevarle a mi mamá y contarle lo que había hechos (las flores para apaciguar su enojo y suavizar el rezongo). Poco a poco veía sus pisadas cansadas. Ya no tenía ganas de trotar. Su andar lento hizo que, aún con mi poca experiencia, me diera cuenta de que llegaba a su fin. Le conté a mi papá que estaba caminando despacio como la abuela. -Entonces después se acostará a dormir y no despertará como ella- me respondió-. Ya ha vivido mucho tiempo y tiene que descansar. Yo lo entendí así que disfruté cada hora. Le daba manzanas. Los pajaritos y mariposas estaban siempre a su alrededor. -Yo lo quiero mucho- le dije a mi padre-. No quiero que se duerma. Sapo siguió luchando por complacerme. Me llevó hasta el río, pero esta vez no se metió en el agua. Quedó recostado a un árbol mientras la niña juntaba flores de macachines y margaritas en esa tarde soleada. Junto al río, donde bajaba a beber, se echó a descansar.

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