Gladys Gil: Ruben, María y la bicicleta

Eran pobres, muy pobres. De dónde o cómo conseguían sus alimentos no se sabe. Y la vida (¡qué vida!) la vivieron a su manera, sin dolor, sin memorias. Los vecinos mirábamos, pues nunca supimos la verdad. Iban y venían, en sus mundos, hablando casi en su propio idioma. Cuando no se veían pasar con la bicicleta de tiro -María regordeta con su pollera colorida, Ruben con gorra de visera y su pucho, quizás apagado, sin mover de su boca-, los extrañábamos. Nos preguntábamos de qué vivirían porque siempre estaban en su casita. Cocinaban en el suelo, hacían fuego con leña, por eso sus ropas siempre tenían olor a humo. Un día escuchamos cómo lo llamaba María. Estaba enojada y gritaba: -Duben, Duben, ¿A dónde vas? -Por ahí. Con su bicicleta, su gorra y su pucho apagado, Ruben volvió al rato. Ya era nochecita y comenzaban los primeros fríos. María salió a su encuentro: -Duben ¿Por qué te fuiste? -Porque sí. Cada tanto se veía a Ruben con su bicicleta de tiro. Nadie le preguntó nunca por qué no subía en ella. En los inviernos, casi no se los veía: estaban dentro de su ranchito. No tenían árboles, ni plantas, ni flores. No tenían mascotas ni hijos. -Ruben, ¿a dónde vas? -A llevarle la ropa a María. -¿Qué le pasó? -La eché. No respondía más que eso. No se sabe si fueron a la escuela, ni si tenían familia. Ya era invierno y llovía mucho. El río comenzó a crecer hacía una semana. Llovía y llovía. Ruben tirando de su bicicleta, pantalón con solo un tirador, gorra y pucho semi apagado, iba saliendo de su casa. -Ruben, ¿qué hacés? Mirá que, si sigue lloviendo, vas a tener que salir de tu casa. -Voy a buscar a María. Frío, viento, tormenta, lluvia. Nadie vio regresar a Ruben, pero la bicicleta estaba en la puerta, El agua estaba rodeando la casa. Ya amanecía. Ruben se levantó y abrió la ventana. Estaba rodeado por la crecida. Así solo podía escapar por la ventana y cruzando casi a nado la calle. Sonriendo le dijo al vecino: «Sacame una foto. Quiero que vean que salvé la ropa».

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