Daiana Castañares: Revolotea su pelo con el viento

Revolotea su pelo con el viento, pero no así su mirada, que ya no ríe como antes, que ya no sueña despierta. Revolotea su pelo con el viento, y este arrasa con esos lejanos días de infinita paz, de descabellada locura. Deslizan por sus mejillas lágrimas saladas, dibujando caminos agrietados en su joven rostro. Pero la juventud es tan abstracta, y ella siente como si cien años le corrieran por la espalda. La amargura, negra, pegajosa, se le cuela por entre los músculos, y le quita fuerza, ablandando los huesos, chupándole los despojos de vida que le quedan. Respira, o intenta respirar, pero ni siquiera el saberse presa de su dolor le permite volver a vislumbrar una salida. Agoniza, jadea, y se retuerce en su miseria una vez más. Revolotea su pelo con el viento, frío, agazapante, como si quisiera empujarla, como si respirara su propio deseo de un final. Pero se detiene, un segundo antes de la caída, e inhala una última vez. Los últimos atisbos de vida, de memoria, cortándole el aliento, helándole la sangre. El recuerdo, ya marchito, se le mete en la garganta, y le retuerce las tripas una vez más. Y el viento continúa despeinando su abundante cabellera, pero ella ya no sigue ahí. Ya no siente el viento raspándole las ganas, ni a la noche abrazando los restos de su humanidad. Revolotea su pelo con el viento, mientras sus pies descalzos acarician la cornisa, y sus delgados dedos se contonean en la penumbra. Y el viento sigue, como siguen las horas, como sigue la vida a su alrededor. Como su vinilo favorito luego de terminarse. Girando, siempre girando, pero sin la melodía, sin el soplo de vida que le pertenece. Milésimas de segundos que se convierten en eternos instantes de dudosa cordura. Se permite un último intento de lucidez, pero ya no le alcanza. Sus ojos se mantienen cerrados, frente al vacío de la noche, sin ver, sin apreciar el brillo de las luces bajo sus pies. Revolotea su pelo con el viento, y las luces de la calle la acarician, y la brisa la envuelve y la arrulla, mientras el mundo se vuelve cada vez más grosero, hostil, mientras sus esperanzas se quiebran contra el suelo igual que su corazón. Revolotea su pelo con el viento, ahora manchado por el fin de todo sufrimiento. El asfalto se vuelve su lecho, y le roba su último suspiro. Y el viento se detiene.

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