Gabriel González: Las ideas cambian el mundo

En homenaje a José Enrique Rodó, por los 150 años de su nacimiento, y bajo el lema: «Las ideas cambian el mundo», este fin de semana celebramos el Día del Patrimonio. No vamos a ahondar en la figura de Rodó, escritor, periodista, político, suficientemente conocido y reconocido, incluso más allá de las fronteras de nuestra patria, entre otras cosas por su defensa del americanismo. Pero, siguiendo el lema antes mencionado viene al caso una breve reflexión sobre este escritor que es considerado «maestro de la juventud». Sin duda, tiene mucho para enseñarnos hoy quien experimentó y expresó en sus obras la crisis de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

De ahí que la tradición clásica – grecolatina– y cristiana, tan apreciadas por Rodó, y que constituyen los pilares de nuestra civilización occidental, sean los instrumentos utilizados para atravesar la tempestad en la que estaba inmerso el hombre moderno. Nuestros tiempos posmodernos también son de crisis, por eso es bueno volver a este humanista y dejarnos iluminar por el faro de sus ideas. Nada mejor para ello que recalar en un texto quizás poco conocido, en comparación a otros que son obras clásicas del pensamiento hispanoamericano. Nos referimos al «Diálogo de bronce y mármol», escrito en el año 1916, en ocasión de un viaje que Rodó realiza a Italia. Allí recrea un diálogo ficticio entre dos esculturas que han convivido en una plaza de Florencia: el David de Miguel Ángel y el Perseo de Cellini. Un párrafo de este hermoso texto, expresa: «El Perseo pregunta: ‘¿Cuándo volverán al mundo las horas de alegría, de placer y de abundancia?’ El David, símbolo del ensueño candoroso, contesta: ‘Cuando los hombres vuelvan a creer’.

El Perseo insiste: ‘¿Cuándo vuelvan a creer con fe de belleza?’ ‘No -le responde el David-, cuando vuelvan a creer con fe de religión’». El sinsentido que nos envuelve, junto al escepticismo y relativismo de nuestra cultura que navega a la deriva, necesita recuperar, si no la fe, al menos la comprensión de la misma, la necesidad de creer en algo para tener destinos nobles. Es imperioso en todos los campos -política, religión, filosofía, arte- orientarnos hacia ese sano idealismo y desviar a las generaciones del materialismo, que en su apogeo contagia y vence. La alegría volverá cuando los hombres vuelvan a la «fe de religión». Esta puede ser cualquiera, pero que sea fe, pues después de la crisis de valores los pueblos tienen que creer en algo, ya que solo por ese camino se puede lograr el bien y afirmar la justicia. Rodó nos devuelve la dimensión trascendente del hombre y con ella la esperanza, porque «las ideas cambian el mundo».

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