Gladys Gil: Final feliz

Esa tarde Rodolfo llegó en su camioneta hasta cerca del río. Se bajó con su perro Sis y juntos caminaron hasta la orilla.

Sis corrió adelante y se tiró al agua y comenzó a nadar. Rodolfo lo acompañó y estuvieron un largo rato nadando juntos y jugando.

Cuando salieron del agua, el hombre preparó sus cañas, tiró los anzuelos y las dejó clavadas en la arena.

―Un fueguito nos vendrá bien ―le dijo a su perro.

Fuego encendido, calentó el agua y preparó su mate.

Al rato escucharon un ruido. Eran pasos y se acercaban. Sis se puso en alerta.

―Buenas ―dijo el recién llegado, un hombre de aspecto extraño.

―Buenas.

―¿Sale algo?

―Todavía nada.

―Ah, perdón, soy Mario.

―Rodolfo. Acérquese al fuego. Se está poniendo fresco. ¿Un mate? ―invitó el confiado hombre de campo.

―No, gracias.

Ya era de noche. Rodolfo desconfiaba del aspecto del recién llegado:

―¿Es de por acá?

―No estoy de visita.

Conversaron de muchas cosas, pero a Rodolfo le había empezado a preocupar aquel hombre que dijo que no tenía familia y no decía nada de su historia.

Sis seguía alerta y Rodolfo se dio cuenta de que algo no andaba bien.

―Un asadito estará bien ¿verdad?

―Bueno, si me invita, lo acompaño.

Una de las cañas comenzó a moverse. Rodolfo corrió hacia ella.

―Cuide el asado. Está picando.

Sis observaba al hombre que miró el asado, pero también comenzó a revisar las pertenencias de Rodolfo. Ante los ladridos, el pescador giró la cabeza para ver qué pasaba y vio a Mario con un arma:

―¡Ah! Sos un ladrón.

―Sí. Recién salí de la cárcel.

―Bueno. ¿Qué querés?

―La plata y las llaves del vehículo.

―No tengo dinero y las llaves están en la camioneta.

Sis seguía ladrando mientras el ladrón caminaba hacia la camioneta.

―Hacé callar al perro o lo mato ―dijo.

―Sis, tranquilo.

El perro seguía ladrando furioso. Mario se dio media vuelta y le apuntó.

La reacción de Rodolfo fue inmediata: le tiró la caña y el anzuelo se enganchó en la mano de quien dijo llamarse Mario. Se le cayó el arma y Sis saltó ágilmente y la agarró. El ladrón desarmado salió corriendo.

Sis saltó y besó a su dueño ya aliviado. De su bolsillo cayó la llave de la camioneta. Siempre la dejaba puesta cuando andaba en su campo; ese día, no sabía por qué, la había sacado.

El amor de Rodolfo a su perro y la fidelidad del can sumaron para un final feliz.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *