José Luis Llugain: Esta pandemia

Esta pandemia con fecha de finalización incierta, pero, además, con final también incierto, no me permite estar tranquilo. Formo parte de la denominada «población de riesgo», lo cual me demanda mantener el distanciamiento social; es decir, salir lo menos posible de mi casa. Solo lo hago para depositar la bolsa de residuos en el contenedor de basura más próximo. Son apenas treinta metros que recorro diariamente fuera de mi casa. ¡Nada más! No es que me desagrade mi hogar; por el contrario, disfruto mucho de él y de estar en familia. Pero extraño salir, hacer trámites y compras, encontrarme casualmente con gente, visitar amigos y familiares, pasear al aire libre… A veces tengo la sensación de ser un anciano convaleciente que ya no puede valerse por sí mismo y que necesita del auxilio de terceros para todo. Esto sí que no es vida. Ansío que pronto culmine esta pandemia y que yo esté vivo para conocer cómo serán los nuevos tiempos, aquellos donde será necesario asumir nuevas prácticas sanitarias individualmente y como sociedad. Pero aquí no termina esta historia porque, además de integrar la «población de riesgo», en estos momentos estoy obligado a estar confinado, en razón de haber estado en contacto directo con una persona, que se enteró estar infectada al día siguiente de habernos encontrado. Si antes la situación era desagradable, ahora es mucho peor. Me siento cual leproso enjaulado en su propia ciudad, donde nadie ni me mira por temor al contagio, donde debo ir hasta el contenedor a una hora en que nadie me vea, so pena de ser condenado por antisocial, irresponsable y mil apelativos más. ¡De aquí al cadalso hay apenas un paso!  Ayer me efectuaron el hisopado, así que falta menos tiempo para saber si estoy o no infectado por este maldito virus. Espero y aspiro a que el resultado dé negativo, pero… ¿y mientras? Es muy fácil imaginar que todo estará bien, que solamente es un susto pasajero, siempre conservando la sonrisa a flor de piel con quienes me comunico (por teléfono), pero por dentro mío el panorama es muy diferente. Reina en mí el temor de estar infectado y que no sea segura mi recuperación. Tengo derecho a pensar así, es mi vida la que está en riego y no tengo deseos de perderla. Aún tengo mucho para hacer y dar y necesito varios años todavía para poder concretar todas mis metas. Si la muerte llegara de manera sorpresiva, supongo que estas elucubraciones no surgirían, pero este no es el caso. Vivo en una especie de agonía. ¿Qué tal si en una semana por decir un plazo caigo enfermo y debo ser hospitalizado? ¿Qué hacer con todos los asuntos pendientes? ¿Cómo contribuir al rearmado de la vida familiar en mi ausencia? ¿Tendré tiempo para despedirme de todos mis seres queridos o mejor será no hacerlo? Nunca me gustaron las despedidas, sufrí mucho cuando he sido protagonista de alguna. Menos deseos tendría ahora de hacerlo y de manera individual con unas cuantas personas. Probablemente optaría por no despedirme de nadie; si alguien se enoja conmigo por ese acto, yo no me enteraría de ello. Por ahora, solo me resta esperar las novedades con calma (en lo posible) y con una amplia sonrisa (a todo momento). Mi vida sigue no sé por cuánto tiempo y no debo, sino esforzarme tras mis sueños. Ellos me ayudarán ¡y mucho! a alivianar este tránsito tan lleno de incertidumbres y temores.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *