La parábola del administrador fiel – por Mons. João Clá Dias, EP

En los versículos finales (41-48), respondiendo a una pregunta de Pedro que deseaba saber si la parábola era exclusivamente para ellos o para todos, el Divino Maestro elabora otra, la del “administrador fiel y prudente”. El carácter universal de su enseñanza se hace evidente y, por lo tanto, se aplica a cualquiera de nosotros. Basta con mirar atentamente la incertidumbre sobre el momento de nuestra muerte para darnos cuenta de la enorme importancia de la virtud de la vigilancia.

Obligaciones de quien tiene autoridad sobre otros

Al usar la imagen del administrador, Él busca representar a aquellos que tienen cierta autoridad o poder sobre otros. La aplicación se centró directamente en Pedro y los Apóstoles, quienes recibirían la institución de la Iglesia en sus manos, y también incluiría a padres, tutores, etc.

En estos versículos, el prisma sigue siendo el de la vigilancia, pero ahora con otra nota característica: la de la prudente fidelidad. La primera obligación del administrador es no apropiarse de ninguno de los bienes que se le ha confiado y, por lo tanto, no buscar su placer, su gloria y su voluntad, sino el puro interés de su señor. En segundo lugar, debe ser prudente, discernir con sentido de jerarquía cómo distribuir el trabajo en proporción a los talentos y fortalezas de cada uno. Además, debe satisfacer las necesidades de todos brindándoles los medios, instrucciones, apoyo, etc., para llevar a cabo el desempeño de las respectivas funciones.

Al proceder con este amor a la perfección, la autoridad, al encontrarse con su señor, más allá de la bienaventuranza, recibirá la administración de todas sus posesiones.

El castigo del administrador infiel

En cuanto al administrador infiel, también con rasgos poco realistas, el Divino Maestro busca delinear la causa principal de sus delitos: olvidar que tiene un señor y que éste volverá, o convencerse de que su maestro no volverá pronto. Luego trata de la proporcionalidad de los castigos, mostrando cómo, por justicia, «a todo aquel a quien se le ha dado mucho, se le exigirá mucho» (v. 48).  Es en esto, en particular, que se concentra el foco de la respuesta del Maestro a San Pedro, cuya sustancia a casi todos los santos hace temer y temblar. ¡Cuántos de ellos no han buscado un camino penitencial al considerar estas palabras divinas!

Sobre este mensaje, comenta el cardenal Gomá: “Como en la otra vida no hay igualdad de premios, de la misma forma no hay igualdad de castigos, dice San Basilio. Serán condenados a las llamas todos los que lo tengan merecido, unos, sin embargo, las sufrirán de modo más intenso que otros; todos serán roídos por el gusano inextinguible, pero éste será más fuerte o más indolente. Por lo tanto, dice Teofilato, los sabios y doctores, que deberían haber actuado de acuerdo con su doctrina y alentado a otros, serán atormentados con mayor rigor. Este pensamiento debería hacernos temblar si Dios nos favoreció con dones de privilegio en el conocimiento de su voluntad, o nos otorgó gracias extraordinarias, o nos concedió poderes para comunicar su voluntad a los demás». [1]

Que la Liturgia de este domingo nos compenetre a fondo de la gran necesidad de ser diligentes en la preparación de nuestro encuentro con el Señor, el cual puede darse en el momento menos esperado. Que usemos bien nuestro tiempo, palabras y acciones. En síntesis, que seamos siempre santos. ◊

[1] Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio explicado, Ediciones Acervo, Barcelona, 1967, v. II, p. 194.Fuente: Mons. João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana.

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