Milba Perdomo: Entre ruinas

Baja de su auto, se quita sus tacones, camina descalza en aquel camino de tierra seca que llegaba a la casa del campo. Allí estaba su infancia. Ahora convertida en tapera, apenas unas paredes se sostenían en pie y de ellas prendidos los musgos que la pintaban de un color verde esperanza, así derrumbe de escombros yacían en el suelo. De aquella casa ya nada era igual, pero sí los recuerdos que se avivaron en el lugar como imágenes que se le aparecieron: la gatita Pelusa sobre sus pies, el perro ovejero siempre ladrando, los abuelos derritiendo grasa para las tortas fritas, su hermanita Lucrecia metida en un latón jugando con agua, sus padres entre sus plantíos y ella escribiendo y leyendo, hurgando en libros que le conseguía la maestra de la escuelita rural a donde iba, y se sorprendía de lo que le encantaba buscar decretos de la propia vida, papeles escritos que guardaba y escribía para sí misma con las opiniones que ella mismo se daba…

Recuerda que quería ser abogada, era uno de sus sueños, estudiar mucho, ser alguien de valor y trabajar para la misma comunidad. Pero hoy dentro de estas ruinas, los sueños guardados y escondidos tal vez se dieron cuenta de que aquí no me sentía muy bien. Quería que pasaran pronto los años… Hoy era mi deber llegar aquí a contarles que mi emoción es muy grande. Mi casa ya no la tengo, tan solo he encontrado ruinas, pero quiero decirle que soy libre y vengo a dejar ese nombre de mi infancia que no podía escucharlo cuando por él me llamaban… Hoy es este mi documento y mi nombre. La historia más profunda quedará aquí en estas taperas, y ahora soy una nueva historia, dejaré una nueva huella en mi vida, sin miedos, sin prejuicios, con mi frente alta y mi título bien ganado.

Caen mil lágrimas, pero sé que mis sueños viajaron conmigo cuando decidimos irnos de aquí. Amé mi mundo en este lugar porque me dieron todo, pero era solo mío ese reproche, pero más amaba y sentía arder en mi piel cuando comencé la pubertad y la juventud, se desató lo que pretendí, ser hermosa como mi hermana, que ya sabe de mí y comprendió y solo tengo su apoyo. Quienes se fueron al cielo, padres y abuelos, sé que están felices porque yo lo estoy también. Estoy sentada entre la frescura del pasto verde. Entre estas ruinas el sol brilla y están naciendo flores, serán las que cultivaban mi madre y mi abuela; tal vez todavía quieren seguir aquí.

Con mi mirada recorro donde estaban las habitaciones, y bajo unos pastitos encontré palpando con mi mano (¡qué alegría!) uno de tantos sacapuntas oxidado y viejo, pero se mantenía allí. ¡Cuántos fueron los lápices que giraron vueltas y vueltas para afilar una puntita que no se quebrara y poder escribir! Esta era mi habitación; allí tenía mi escritorio. Más allá, debajo de unos escombros, un farolito roto que tal vez apagó su luz cuando partimos. Hay historias… como estos pájaros que revolotean como festejando su libertad y la mía, saben que estoy aquí Hoy sentí deseos de venir a pedir perdón, porque nací y crecí siendo educado, pero no era mi propia vida, y si me quejé por algo, era mi problema Vengo a darle las gracias, porque soñé en estas piezas destruidas, ruinas que siento gemir, pero que tal vez un día, pueda volver a verlas nuevamente con otras historias. Una casa plena de felicidad. Se levantó, echó la última mirada, el sol ya llevaba su camino, volvió a su auto, se puso los zapatos y guardó el sacapuntas y el farolito como recuerdo de una luz de esperanza, en aquellas ruinas donde pareciera que te hablaran: «Vuelve, abogada. Hoy te espera un nuevo comienzo, ganaste tu lucha y ahora nos debes tu compromiso».

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