Monseñor João S. Clá Dias: La Parábola del Hijo Pródigo

Soberbia, envidia e ira en la reacción del primogénito.

El primogénito era buena persona, según la narración, pues vivía constantemente junto a su progenitor y todo lo que poseía lo había dejado en manos de éste. Nunca había practicado la menor desobediencia, en su servicio prestado por largos años. Era, pues, muy disciplinado y fiel.

Sin embargo, su reacción frente a la conversión del hermano pródigo no tuvo origen en ninguna de las cualidades enunciadas. Por el contrario, fue movida por la soberbia, la envidia y la ira, como innumerables veces encontramos en nuestras relaciones sociales.

Soberbia: Al enunciar los motivos por los que se negaba a participar en las conmemoraciones, comienza por auto elogiarse, constituyendo su virtud en la ley en función de la cual debe ser juzgada la conducta de su padre. Es justamente ese el criterio del orgulloso: él se sienta en el trono de Dios y pasa a realizar el papel de Ley y de Juez.

En su explosión de vanidad, no se da cuenta de la gran alegría del padre por la recuperación del hijo pródigo. El padre sabía perfectamente por qué antros había pasado el menor, pero aquel era el momento de olvidar todo. El orgullo nubla la visión equilibrada y armónica de los acontecimientos y, por eso, lleva al primogénito a herir el corazón del padre con el recuerdo de los desvíos morales de su hermano.

Envidia: Se manifiesta este vicio en la comparación: a él un ternero gordo, a mí ni siquiera un cabrito. Esta es otra costumbre común en el mundo, desde el asesinato de Abel, practicado por Caín.

Ira: “Él se indignó…” Sus virtudes recibieron la honrosa invitación para alcanzar el grado heroico con la noticia del regreso de su hermano, pero la exteriorización de su cólera manchó esas humanas cualidades que podrían haber sido sobrenaturalizadas.

En síntesis, el padre, al divisar de lejos su hijo, corre de alegría para recibirlo. El hermano, amargado y triste, se niega a tomar parte en el banquete. El padre, tomado de emoción, lo abraza y lo cubre de besos. El primogénito se llena de indignación y se mantiene recalcitrantemente afuera de la casa.

El hijo mayor peca por falta de caridad, al juzgar injusta la fiesta por la vuelta de su hermano. Y, además, peca contra el respeto debido al padre, dejando claro, con su procedimiento, cuánto censura a su progenitor por todo lo que hizo a su hermano menor. Y, por fin, peca también por desobediencia a la determinación del padre en el sentido de que todos participen del banquete.

Evidentemente, son más graves las faltas del menor. Pero hay algo de repugnante en los vicios practicados por el mayor. En uno aparece la debilidad de la voluntad; en el otro, la maldad de corazón.

Conclusión

¿A cuál de los hijos de la metáfora podríamos aproximar la humanidad de este milenio? ¿Camina ella por las avenidas del pródigo o por las del primogénito?

Sin duda, hace varios siglos reunió junto a ella todo lo que tenía y partió lejos del afecto paterno, dilapidando sus bienes y viviendo disolutamente.

¿Después de derrochar todo y pasar por una gran hambruna, comerá las bellotas de los cerdos y extrañará la casa paterna? ¿Retornará profundamente arrepentida y llena de buenos propósitos?

El futuro nos responderá y, si la parábola simboliza los acontecimientos a realizarse, comprendemos la bondad del Padre en querer perdonar y el destino de aquellos que se negaron a entrar en consonancia con Él. ◊

CLÁ DIAS EP, Mons. João Scognamiglio. In: “Lo inédito sobre los Evangelios” Vol. III, Librería Editrice Vaticana.Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.

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