Nora García: En tiempos de la peste…

El sol se cuela a través de la cortina que con el paso del tiempo se ha ido deteriorando e ilumina su cara que aún duerme con los ojos tapados por un antifaz.

Desde el teléfono boca abajo sobre la mesa de luz, comienza a sonar la alarma que se escucha más y más fuerte; su mano saliendo de debajo de las sábanas al tanteo trata sin suerte de apagar, hasta que retira con mala gana el antifaz y la apaga.

Comienza lentamente a tomar contacto con el entorno y suspira aliviada.

Revisa mentalmente su presente y se sonríe cuando evoca a cada uno de sus tesoros, piensa en el hijo que gracias a Dios está bien, en Lorena con la que habló la noche anterior, mira a su derecha y observa que Juan duerme tranquilo a su lado.

Entonces cae en la cuenta que la alarma del teléfono está configurada como todos los días para que la despierte a las 9.02.

Claro, desde el principio dijeron de la importancia de mantener rutinas y ahora entiende lo importante que ha sido para darle un ritmo al día y no perderse, como en El romance del prisionero, “que no sé cuándo es de día ni cuando las noches son”, y la alarma es la avecilla que la despierta, no al albor, pero la despierta.

Y es un día más, de esos que ahora son tan parecidos. Y apela a la creatividad para llenar el día y no matar el tiempo.

Como todas las mañanas desde que comenzó esa peste, se encamina al baño. Se mira al espejo y la recibe aquella sonrisa a medias de una mujer que le guiña un ojo. Y una mañana más y la rutina comienza con una ducha que le devuelve el recuerdo de otros tiempos, cuando salía al mundo.

Y después de desayunar se dirige al toilette a maquillarse.

Lo hace con parsimonia, sabiendo que tiempo es lo que sobra. Y se mira en el espejo de aumento para ponerse prolijamente la base, se maquilla los ojos, de pronto se sonríe cuando se pone el rubor y el iluminador y se delinea y maquilla los labios. Entonces no puede más que reírse de sí misma porque todo esto quedará cubierto por la mascarilla que desde hace tiempo cubre su cara, pero aliviada sabe que la peste no mató su esencia.

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