Pbro. Dr. Gabriel González: Los inicios de nuestra cultura

Hace unos días celebrábamos como cada año el día del libro, lo que representa un justo homenaje a la fundación de la Biblioteca Nacional. Ello nos evoca a su fundador, el Pbro. Dámaso Antonio Larrañaga, de quien todos hemos escuchado, pero quizás poco sabemos. Su vasta capacidad intelectual quedó de manifiesto entre otras cosas por sus estudios en ciencias naturales, donde dejó una obra de gran magnitud, que le ha valido el apelativo de «primer sabio oriental». Pero sin duda lo que más conocemos de este sacerdote, que desde 1824 ejerció la jefatura de la Iglesia nacional, está relacionado a su actuación en las primeras luchas de la independencia y en la vida política de entonces. En este sentido, tuvo la oportunidad de secundar a Artigas también en la preocupación de éste por la ilustración y difusión de la cultura de sus conciudadanos. Ese es el contexto en el que debemos entender la creación de la Biblioteca Nacional. Al respecto debemos hacer mención, en primer lugar, al proyecto del primer periódico que se pensó en estas tierras. Hacia 1815, a expensas de una idea originaria de Artigas, el Cabildo se dispone a editar «El Periódico Oriental», en la primera imprenta que había existido en Montevideo. Ante la aparición de este medio de prensa se le ofrece el cargo de censor, o revisor del material de lectura, como correspondía en esa época, al Pbro. Dámaso Antonio Larrañaga. Pero la respuesta de Larrañaga, por medio de la cual declina el ofrecimiento, no es menos grande que su figura, invocando sus «sentimientos liberales sobre la libertad de imprenta y del don de la palabra, que como uno de sus primordiales derechos reclaman estos pueblos». Y agrega que «los pueblos de las Provincias Unidas se hallan en el nuevo pie de no tener revisores, sino que cada ciudadano tiene libertad de imprimir sus sentimientos bajo la responsabilidad correspondiente al abuso que hiciese de este derecho». El periódico proyectado fracasó por falta de un periodista, por lo que Artigas lamentará «que no haya un solo paisano que se encargue de la prensa para ilustrar a los orientales, procurando instruirlos en sus deberes». No olvidemos, además, en el mismo año 1815, la reapertura, realizada a instancias del Jefe de los Orientales, de la única escuela pública que había existido en la época de la Colonia, nombrando para ello como primer maestro a Fray José Benito Lamas. Así como, otra escuela fundada en su cuartel general de Purificación en ese año. No por casualidad desde este momento la seña de dicho cuartel general será: «Sean los orientales tan ilustrados como valientes». Al año siguiente, en 1816, tenemos la iniciativa de Artigas de fundar la Biblioteca Pública de Montevideo, obra a la que ya había contribuido otro insigne sacerdote, el Pbro. Manuel Pérez Castellano, con su biblioteca de investigador y estudioso, legada luego a esta nueva Biblioteca Nacional. De este legado fue albacea ejecutor su discípulo, el Pbro. Dámaso Antonio Larrañaga, y a su vez primer director de la misma. Unos años antes había cumplido funciones semejantes al desempeñarse como sub director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. La gran agitación que se vive por esos días de continuas luchas y batallas, no es obstáculo para que Artigas, con la colaboración del Pbro. Larrañaga, se preocupe de elevar la cultura de los orientales. La defensa nacional y la ilustración son dos tareas que se unen en el pensamiento y la acción del «nuevo Washington», como llamaba Larrañaga al prócer. Por eso, al recordar, días pasados, la fundación de la Biblioteca Nacional, emblema de la cultura uruguaya, y próximos a celebrar el natalicio de Artigas, evocamos el contexto en el que la cultura se fue forjando en estas tierras.

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