Ruben Flores: “La pampa de granito”.

—Presten atención, porque sobre lo que vamos a leer hemos de hacer una expresión escrita— nos dijo mientras sostenía en sus manos un libro que en su tapa decía RODÓ.

Nos hacía leer bastante, cada pocos días pasábamos de Juana de Ibarbourou a Lorca o Juan Ramón Jiménez o Gabriela Mistral. Y ese día tocaba Rodó.

Previa explicación de lo que es una parábola, ella comenzó la lectura dándole un énfasis casi de drama:

“Era una inmensa pampa de granito, desierta y triste. Y sobre la pampa estaba un viejo gigantesco, enjuto, lívido… erguido como un árbol desnudo… Y junto al viejo había tres niños ateridos, flacos, miserables.

Y el viejo tenía en la palma de una mano una pequeña simiente, y tomando a uno de los niños por el flaco pescuezo le ordenó que abriera un hueco para esa simiente. —¿Cómo lo haré si este suelo es raso y duro? —dijo el niño. —¡Muérdelo! —le ordenó el viejo”.

Cruelmente hizo que el segundo niño juntara tierra abriendo su boca contra el viento, y que el tercero llorara para juntar el agua necesaria ¡Qué viejo más cruel e inhumano! ¿De dónde salió?

Para peor, ella en su lectura frecuentemente repetía aquello de “sobre la pampa de granito” … “sobre la pampa de granito” … y ya parecían martillazos.

Y nos preguntó entonces qué significaba aquella parábola. Nadie respondía, todos en silencio.

—Voy a esperar un ratito —dijo—, pero vayan pensando en algunas cualidades del ser humano, para decirme qué puede significar ese viejo.

Silencio.

Había sonado la campanilla para el recreo, y ella sabía muy bien que más que pensar en Rodó y ese cruel viejo, ahora queríamos salir a jugar, así que dijo:

—Salgan al recreo ahora y cuando entremos seguimos.

La misma pregunta nos hizo.

Silencio.

Entonces uno de nosotros se levantó y dijo:

—La voluntad, señorita, la voluntad.

—¡Muy bien!

Desde entonces admiro a Rodó.

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