Servando Echeverría: EL OSCURO DE GIUSTTI

No le entraban más arrugas en la piel morena de su cara y cuello, pliegues que surcaban las mejillas, bolsones en las órbitas de sus ojos,  arrugas que parecían tajos; el tiempo ya no podía dejar más marcas que las ya vistas. Estaba viejo, viejo de mucho tiempo vivido; conservaba una mirada clara, profunda y picarona; tantas heladas, soles, vientos y lluvias lo ayudaron a conservarse erguido y fuerte como un roble de esos que no le entran el hacha.

Don Giustti, un gaucho venido al pueblo, a la orilla del pueblo, a un  barrio donde en aquella época eran más los baldíos que las construcciones; un hombre de campo merece terminar aunque más no sea con algo de campo.

A mitad de la cuadra armó su rancho a dos aguas, de material y techo de zinc, un ambiente grande, dormitorio, bañito y cocina con estufa a leña para matear. Sin vecinos en la cercanía y una gran área de terreno abierto hasta la cuadra de abajo. Nunca tuvo campo propio, ahora tampoco, pero por lo menos en este su terreno podía estirar la vista disfrutando su verde.

Toda la vida conchabado en estancias recorriendo todas las jerarquías, ingresado como peoncito mandadero al servicio de la cocina, Don Giustti se fue haciendo al trabajo duro dominando todas las tareas del campo terminando como “peón campero pa´ todo”. Su ciclo una vez cumplido abandonó los campos que siempre le fueron ajenos y arrancó al pueblo por aquello de la vejez, cargado de pocas cosas acumuladas en la vida: catrera, un par de sillas, mesa, enseres, poncho patria y lo más importante, su amigo inseparable e incondicional motivo de sus desvelos, su caballo.

Qué caballo! Negro de pelo brillante azabache, de media alzada, cuartos y lomo poderosos, remos delanteros con muñequeras blancas; pescuezo erguido arrogante. Formado para trabajar, de pecho ancho para pechar ganado, rápido en la carrera y de rayar en el frenaje; buena boca. Buen marchador y compadrón trotando de cotelete cuando se sabía mirado.

Sin nombre importante simplemente “El Oscuro”, Giustti y su Oscuro, una simbiosis lograda por la mano conocedora del gaucho que logra un entendimiento irracional con el flete que es difícil de comprender a ojos de neófitos.

Cada vez que por la mañana al costado del rancho, bajo la sombra del trasparente, don Giustti amargueaba en la silla de totora con las patas recortadas para estar más cerca del fuego y la caldera, al recibir alguna visita el Oscuro, que verdeaba a lo lejos, llegaba a toda carrera como para investigar la presencia que entretenía al viejo. Y allí se plantaba ante el forastero, escarceaba, manoteaba fuerte en el piso, nervioso, con el hocico acariciaba a Giustti, pidiendo explicaciones.

Andate, nadie te llamó- rezongaba poniéndole cara al caballo

Por respuesta, un breve y corto relincho.

No me contradigas porque ya sabes

Otro relincho

Bueno, te lo buscaste, hoy no hay morral con maíz para vos-sentenció el viejo.

A paso lento el Oscuro retornaba a su pradera urbana, moviendo cabeza y cuello de un lado a otro como con resignación por entender el castigo.

Cada vez que una visita golpeaba sus manos en el rancho, quien recibía era el caballo que a relincho bajito se asomaba por la puerta advirtiéndole al viejo. A la hora de racionar con alfalfa el Oscuro se ponía ancioso discutían ambos: –ya voy carajo- por respuesta recibía golpes en el piso. Cuando el viejo se ponía las bombachas nuevas, significaba que salían por ahí, entonces el caballo corría y festejaba parándose de mano porque conocía la maniobra.,

Como es posible ese entendimiento?

En una ocasión tuvo que concurrir a una oficina en el centro de la ciudad, y obviamente montado en el Oscuro y con el mejor apero que no era mucho ni brillante pero bueno y bien sobado. Arribó, desmontó con sus botas de caña acordeón, bombacha ancha, faja y rastra con el escudo nacional, facón de cabo de guampa atravesado y sombrero aludo descolorido.

Atendeme bien: te quedás acá un rato, si te hacés el loco te maneo- amenazaba al caballo que fue atado del bozal al tronco del árbol.

Transcurrido un tiempo, más tiempo del  necesario por aquello del papeleo en la Caja, el caballo empezó con su nerviosismo, golpeaba con sus manos el hormigón, cortos pero profundos relinchos llamando a su jinete. Don Giustti se asomó por la puerta y le advirtió la amenaza de las maneas y el Oscuro buen entendedor, quedó quietito.

Volvió el viejo al mostrador de la oficina haciendo esfuerzo por entender eso de los papeles que siempre le fueron esquivos, pero bueno…hay que hacerlos.

Otra vez el llamado desde la calle de su amigo el Oscuro aburrido de la espera.

-Te callás carajo que yo estoy enloquecido con los papeles.

Entendible el pobre gaucho que siempre estuvo lejos y muy lejos de los trámites burocráticos, y los nervios lo presionaban porque además quien lo atendía no le explicaba como debía. Entre el barullo de la oficina, las explicaciones de timbre, sellos, plazos, y el reclamo del Oscuro desde la calle, hicieron que Giustti se asomara a la calle y actuara:

Te lo buscaste, ahí van las maneas.

Y qué maneas, de manos y  pata, además el bozal ajustado al árbol, el caballo poco menos que estaqueado.

Mirá que vuelvo pa´ dentro, ojo con vos!! rezongó al caballo mirándolo fijo de ojo a ojo

El Oscuro, fiel amigo le brindó un movimiento de cabeza, rearmó su orgullosa postura, largó un relincho bajito como entendiendo, pero  pretendiendo que no lo vieran con tantas medidas de seguridad y penitencia. Y esperó firme y obediente.

Pero no toda cincha aprieta siempre y cuando don Giustti salió de la oficina, quitó las maneas, liberó la atadura al árbol y con su mano callosa ofreció un terroncito de azúcar como para amigarse con su caballo.

Al trotecito lento y con postura de  ganadores se retiraron para su verdeo don Giustti  con sombrero a la nuca y su amigo el Oscuro de pescuezo erguido, arrogante.

 Que viejo duro de pelar y que caballo entendedor!

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