Transcripción parcial de los manuscritos de José Costa encontrados en el Museo Departamental

Los manuscritos se componen de una veintena de hojillas en total, que se pueden dividir en dos partes. Unas están dirigidas al cónsul del Estado Oriental en Río Grande del Sur, Teodoro Costa Barboza, en las cuales José Costa pide su intercesión ante el gobierno oriental a los efectos de que le sean reconocidos sus servicios como soldado de la independencia nacional. Las otras hojillas hacen referencia a las Memorias que el propio José Costa enviara en el año 1861 al periódico «La Prensa Oriental» (dirigido por el historiador Isidoro de María) para su publicación, las cuales transcriben los hechos del año 1825 que fueran protagonizados por el propio Costa. En éstas describe su incorporación al ejército de Juan Antonio Lavalleja, la vida en el campamento del Pintado, la batalla de Sarandí y el viaje que Costa como integrante del escuadrón de Húsares realizara a Buenos Aires custodiando al enviado de Lavalleja ante el gobierno porteño comunicándole la victoria obtenida en Sarandí sobre el ejército brasilero. Los manuscritos fueron escritos en el año 1885, cuatro años antes del fallecimiento de José Costa, y fueron hallados entre los documentos que integraban el Archivo «Ariosto Fernández» que se guardan en la Biblioteca del mismo en Florida.

Biografía de José Costa

 José Costa nació en Montevideo en enero del año 1801. En 1823 comenzó su carrera como comerciante, participando ya en las reuniones de la Sociedad de Caballeros Orientales que planificaban la liberación del imperio del Brasil. En 1825, al tener conocimiento del desembarco de Lavalleja con los Treinta y Tres orientales, abandona Montevideo, incorporándose al ejército oriental. Entró a servir como Alférez porta estandarte en el cuerpo de Húsares Orientales, asistiendo como tal a la batalla de Sarandí. Tras el triunfo, acompañó como escolta al enviado de Lavalleja ante el gobierno de Buenos Aires con el parte de la victoria de Sarandí.

La transcripción

«Luego que empezó a amanecer, el Sr. general Lavalleja con el Sr. hoy general Velazco y una comitiva vino al campo, entró por la derecha que ocupaba el Regimiento de Dragones Orientales, y corrió toda la línea pasando por nuestro Regimiento que estaba colocado a la izquierda, y en todas las divisiones recibía las decididas pruebas de respeto, aprecio y valor con que le victoreaban nuestros soldados, sus jefes y oficiales, por el triunfo que creíamos había obtenido». «Tan luego amaneció, el general sobre el mismo campo en que ya estaba el enemigo mandó por divisiones tomar caballos de reserva para empezar a formar la línea de batalla: tres veces a mi ver se presentó la batalla al enemigo que éste rehusó. Sin embargo, esto dio tiempo para que nuestro ejército ya unidas todas las divisiones, tomasen caballos de reserva y entrasen en línea de batalla; mi regimiento a las órdenes del valiente y sereno en la pelea Teniente Coronel D. Gregorio Pérez ocupó la derecha nuestra, e izquierda de los Imperiales. El Sr. General D. Fructuoso Rivera con sus bravos Dragones Orientales y demás divisiones a sus órdenes ocupó nuestra izquierda, derecha enemiga en donde estaban los Dragones del Río Pardo». «Debo advertir que el señor general colocó los regimientos de húsares y dragones a derecha e izquierda, por ser regimientos de línea, como colocó al regimiento núm 9 en el centro a las órdenes del infortunado (entonces teniente coronel) D. Manuel Oribe para servir de punto de apoyo fuerte a las valientes milicias del ejército». «Colocada la línea y puesto a su frente un cañoncito pequeñito con su dotación competente a las órdenes del señor mayor entonces, Don Pablo Zufriategui. Empezó el enemigo a entrar en línea dando vivas a S.M.I., etc etc». «Nuestro general con un numeroso E.M. empezó por nuestro regimiento a arengar del modo siguiente: «Soldados! Hoy es el día en que debe quedar para siempre libre la provincia: o para siempre esclava. Uno de dos medios elegid, o morir libres, o vivir esclavos». Nuestros valientes húsares contestaron con una sola voz ¡Morir libres! Soldados! Siguió nuestro general. Uno ha de ser el toque, este será el de la carga, no quiero prisioneros, pasadlos todos a cuchillo. El soldado que encuentre despojando un cadáver lo fusilo en el instante. Después de acabada la acción, vuestro es el botín. Al marchar fue victoriado por toda la línea nuestra. Vimos entonces que le general hizo lo mismo en todas las divisiones y lo perdimos de vista en el costado izquierdo». «El enemigo se venía a la carga cuando nuestras líneas como un solo hombre se movían sobre él, hablaré de mi regimiento y de su valiente jefe y del modo con que ordenó su tropa». «Luego que oyó el toque se dirigió a nosotros y djo ¡oh húsares! acordaos que sois Orientales, y que vuestros hermanos ha poco vencieron en Haedo, al trote, al galope, a la carga, y en momento nuestras espadas y nuestros pechos se encontraron con los de los imperiales». «Debo a V. advertir que nuestros soldados solo llevaban dos tiros o cartuchos, que por orden del señor general en jefe había recibido del señor teniente coronel entonces de los dragones libertadores D. Ignacio Oribe, y que se repartieron por orden de mi comandante a todo el regimiento de húsares». «Precisábamos en aquel instante un jefe que nos dirigiese, cuando divisé como nuestro Ángel Tutelar al benemérito teniente coronel entonces y muy bravo D. Ignacio Oribe que mandaba, como ya dije, los dragones libertadores que con su sombrero de Jipi – japa blanco, penacho encarnado puesto en el cintillo, poncho de paño puesto como divisa a media espalda, en un caballo saino negro, que a gran galope se dirigía hacia nosotros. En el instante marchó solo a nuestro encuentro pidiéndole nos dirigiese a la pelea y que tomase sobre sí la responsabilidad nuestra». «Este valiente jefe llegó a nuestra fuerza y fue saludado con entusiasmo y vivándole a cada instante, sobre la marcha destacó al sargento Calvar con dos hombres para que fuese a reconocer aquella fuerza y si como creíamos eran enemigos les intimase la rendición ante de una h ora, pues de lo contrario iba a cargarlos y pasarlos a cuchillo. Nuestro comisionado fue despido a tiros de la misma línea enemiga. El señor Oribe con sus ojos penetrantes observaba todo, mandó preparar la fuerza, al trote, al galope, lo que visto por la fuerza enemiga de Alencastre trató de ponerse en fuga; el señor Oribe mandó a la carga y he ahí la desbandada de aquella fuerza enemiga. Nuestro valiente jefe entonces Oribe mandó por derecha e izquierda abrir calle y con una persecución tenaz los llevamos hasta el mismo paso del Sarandí en donde se encontraron los enemigos con una fuerza superior a la nuestra y todos a una los rendimos quedando de este modo concluida la acción como a las cuatro de la tarde». «Tengo orgullo de haber pertenecido en aquel día a los valientes húsares orientales, y aquel digno ejército que dio tantos días de gloria a nuestra querida patria». ((EN ESTA PARTE EN LAS HOJILLAS DICE: RÍO GRANDE OCTUBRE/1885)

Parte de la victoria del Sarandí

 «…Los Orientales acaban de dar al mundo un testimonio indudable del aprecio en que estiman su libertad». «Dos mil soldados escogidos de caballería brasilera, comandados por Bentos Manuel, han sido completamente derrotados el día de ayer en la costa del Sarandí por igual fuerza de estos valientes patriotas que tuve el honor de mandar. Aquella división tan orgullosa como su Jefe, tuvo la audacia de presentarse en campo descubierto, ignorando sin duda la bravura del ejército que insultaban. Vernos y encontrarnos, fue obra del momento. En una y otra línea no procedió otra maniobra que la carga; y aquella fue ciertamente la más formidable que puede imaginarse. Los enemigos dieron la suya a vivo fuego, el cual despreciaron los míos, y a sable en mano y carabina a la espalda, según mis órdenes, encontraron, arrollaron y sablearon, persiguiéndolos más de dos leguas, hasta ponerlos en la fuga y dispersión más completa; siendo el resultado quedar en el campo de batalla de la fuerza enemiga más de 400 muertos, 560 prisioneros de tropa y 52 oficiales, sin contar con los heridos que aún se están recogiendo, y dispersos que ya se han encontrado y tomando en diferentes partes; más de dos mil armas de todas clases, diez cajones de municiones y todas las caballadas».

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