Milba Perdomo: La casita de madera

Había amanecido un precioso día, para limpiar y ordenar la casa mucho más. Un sol que invitaba abrir ventanas, ventilar las habitaciones… Fui ordenando por partes, el mío primero y luego pasé al que ocupaba mi hijo antes de tomar la decisión de vivir con su compañera (su “media naranja” como decimos).
De pronto me encontré con que, arriba del ropero, muy atrás, había quedado la casita de madera que no tuvo en cuenta, cuando se llevó sus pertenencias. Tal vez, no la vio. Allí estaba, con bastante polvo.
Aquella que había sido su alcancía, hasta le quedaba un billete ya fuera de circulación.
Una hermosa casita que había sido hecha por las manos del abuelo, a quien tanto le gustaba fabricar objetos (había sido albañil, una profesión que le facilitó su manualidad excelente).
Una tarde, cuando su nieto era adolescente, le pidió que le hiciera una alcancía, porque comenzaría a trabajar, sus primeros pasos en la vida laboral y quería ir ahorrando dinero para algún gasto extra.
El abuelo le construyó, con todo su cariño, una casita de madera, tipo ranchito de dos aguas.
Pronta y contento su destinatario, la casita se fue llenando de moneditas y billetes.
Hice un paréntesis, me olvidé de limpiar por un rato y con ella en mis manos, recordé el día que mi padre, trabajaba sin parar haciéndosela tan prolija y con mucha paciencia para dársela cuando llegara de su trabajo
Hoy el recuerdo un año distinto para nuestra familia, el primer otoño sin el abuelo, un invierno que se aproxima para recordarlo más, y aquí en esta habitación, esa alcancía era suficiente para conmovernos recordando cuando mi joven trabajador, dueño de esa casita, contaba sus ahorros para traerme regalos. Abría su ventanita o su techito y sacaba feliz el dinero.
¡Me conmovió tanto encontrarla de nuevo! Hubo muchas emociones y también lagrimitas que salieron del alma; no las pude retener porque si para él esa cajita era importante, para mí tenía un valor mayor.
Pero sería tanta la coincidencia, la conexión, o no sé qué, no tengo explicación.
Ese día la volví a su sitio reluciente y con un final tal vez que no imaginaba…
Luego mi casa quedó pronta, ordenada. En la tardecita todo era aroma a limpio y el aire del otoño quedaba embriagado dentro de las habitaciones y el sol dejaba sus rayos escondidos dando su calor.
De pronto suena mi celular. Era mi hijo, el dueño de la alcancía:
―Mamá ¿cómo estás? Si encontraras mi casita de madera que está arriba del ropero, ahí la dejé porque ya llevábamos un bollón de moneditas y a mi casita ya la preciso. La paso a buscar en un ratito. Buscala sin apuro porque está en el mismo lugar; me está esperando.
Quedé muy feliz, porque en esa tarde, mi padre, su abuelo y yo habíamos limpiado juntos aquella manualidad casera que, con todo su cariño fabricó para su nieto, el “chiquito” como le decía.
Esa alcancía será la abundancia, la fortuna de mi hijo que logró ese trascendente amor con su abuelo, que tal vez allí en ese lugar del cielo, está fabricando sueños, bellos castillos para su nieto, para que se cumplan aquí en su suelo.
Muchas casas, construyó; en su pueblo quedarán sus huellas para siempre, sus manos están aquí, en nuestras casas que también fueron hechas por él.
Es el orgullo de nosotros y sus nietos.
La casita de madera está pintada y llena de moneditas en su casa nueva, pero nunca se olvidará de las manos rudas de su fabricante, un héroe, de profesión albañil y el abuelo más admirable.
¡Gracias abuelo! Siempre tendré dos casitas en mi corazón: la casita de madera y la de mi nido recordándote siempre. Entre esas moneditas, estarás tú.

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