José Luis Llugain: ¿Existe el infierno?

Desde tiempos inmemoriales, la sociedad occidental se ha cuestionado la existencia del Infierno. En tanto nadie ha regresado de allí, hasta ahora ha sido una cuestión de fe creer o no si existe ese castigo eterno para quienes mueren pecadores.

Esta temática se replanteó hace algún tiempo en relación a un hecho acaecido en la ciudad de Florida.

Se trataba de un hombre relativamente joven que no tenía futuro. Se desconoce el origen de su desgraciada vida, pero en su adultez se le reconocía por su vagancia y drogadicción, ocupando temporariamente casas deshabitadas y poco más. Nunca lo vieron trabajar, infiriéndose que, mediante hurtos de poca monta, obtenía el dinero para su sustento y la compra de drogas. Una dama era su pareja, con la que compartía los vicios, pero también las golpizas que mutuamente se asestaban. Todo el cuadro era un verdadero desastre, siendo previsible un final cercano y penoso para tan mala vida.

En una de sus tantas andanzas, él robó el órgano de la Catedral a plena luz del día y con la cara descubierta. Fue tal su imprudencia o, tal vez, su estado de inconsciencia producto de la droga, que se retiró del lugar lentamente, lo cual posibilitó ser filmado por cámaras de vigilancia instaladas en el templo. Rápidamente fue identificado y, en pocos días, detenido y llevado a la justicia.

La Justicia civil lo sentenció a unos pocos meses de prisión, pero en los corrillos religiosos los ánimos no se calmaron con tal decisión. “No creo que Dios se apiade de una persona así”, decían algunos, en tanto que algún otro expresaba que “No es suficiente una sentencia tan corta, este sacrilegio se paga con el Infierno. Eso sí sería justicia divina”.

Con el paso de los días el tema pasó al olvido, ya nuevos sucesos en la ciudad centraban la atención de la gente. Sin embargo, tiempo después, el hombre volvió a ser noticia: había muerto a causa de graves quemaduras producidas al incendiarse la vivienda que habitaba. Su pareja aceptó ser la responsable del hecho. Confesó que, luego de una agitada noche de drogas y violencia, aprovechó que él se había dormido para incendiar la casa. Él pudo salir de la casa y arrojarse al río intentando calmar sus heridas, pero todo fue en vano; falleció a las pocas horas de ingresar al hospital.

Nuevamente se escucharon los corrillos religiosos sobre la justicia divina y el destino eterno del alma de este hombre. Nadie sabe si se fue o no al Infierno, pero sí nadie dudó de que él lo conoció en vida.

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