Querido bisabuelo Juan:
Hace mucho tiempo que no me visitas por las noches mientras descanso. Quizás hace años, aunque para ti no existe el tiempo, ¿o sí? ¿Se cuenta el tiempo ahí en la eternidad? Tal vez me visitaste ayer para ti y para mi hace años.
Quiero que vengas y me sigas contando aquellas hermosas historias de tu Italia querida que me hacías desde que yo era una niña.
Me ha contado y repetido tu nieta, aquella que escuchaba tus cuentos sobre el viejo continente, más allá del océano; aquella que, cuando aprendió a leer, te leía los diarios y a la que tú le pedías que buscara noticias sobre la vieja Europa. Ella, que es mi madre, me contó y me repitió las historias mil veces. Me contó que cuando nació, tú ya estabas viviendo en su casa porque la bisabuela había partido para donde estás tú ahora (espero que se hayan encontrado), pero quiero que me lo cuentes.
Me contó mamá que viviste dieciocho años con ellos.
-Yo tenía esa edad cuando el abuelo partió a reunirse con la abuela María Teresa- decía mamá-. Dieciocho años convivimos con él. La etapa más importante de mi vida la viví en su compañía. ¡Él fue tan importante para mí!
Ella te preguntaba cómo era el pueblo italiano que dejaste, buscando un mundo mejor. Y le contestabas, secándote las lágrimas, que con tu esposa y los dos hijos mayores, todavía pequeños, subiste al barco en busca de una mejor vida, en busca de tierras para cultivar, porque la agricultura era tu oficio, lo que te gustaba y lo que sabías hacer y que por acá se necesitaban agricultores.
Allá dejaste llorando a tus padres y hermanas, porque tus dos hermanos varones se subieron al barco contigo, aunque uno se bajó en Brasil y el otro siguió hasta Buenos Aires, y poco tiempo mantuvieron contacto hasta que el paso del tiempo hizo que el hilo de comunicación se rompiera.
Me dijo mamá que todos los días de tu vida estuviste viendo sus brazos alzados con adioses con pañuelos hasta que el océano fue tragándose el barco. Nunca más se vieron. Se hacían escribir cartas porque ellos no sabían hacerlo, hasta que un día no llegaron más cartas.
-Al llegar la Navidad -decía mamá-, él lloraba recordando (porque nunca tuvo vergüenza de llorar) las hermosas navidades de su pueblo, con las montañas nevadas, las hermosas iglesias, cerraba los ojos y veía todo como si estuviese viviendo allá y en aquella época. Todo lo llevaba guardado con él. Y nosotros, sus nietos, le preguntábamos por qué se había venido y él contestaba que en busca de una mejor vida y que no se arrepentía porque tenía una hermosa familia.
¿Dónde estás ahora, bisabuelo Juan? ¿Recuerdas toda tu vida? Ven a visitarme por las noches y cuéntamelo todo.
Tú sabes que mamá y sus hermanas no te creían que tu pueblo fuera tan hermoso, porque nuestros pueblos eran tan pobres que no se podía decir que fuesen hermosos. Y la tecnología actual con Internet que nos permite ver el mundo entero, nos mostró tu pueblo. ¡Y tenías razón! Es muy bonito, tiene numerosas iglesias, a cuál más linda, hermosas casas, museos, centros de estudio. Y las montañas son majestuosas, y las ruinas del castello medioeval, imponentes, Y todavía mucha gente lleva tus apellidos porque hubo muchos de tu familia que emigraron como tú, pero otros permanecen todavía.
Querido bisabuelo, ¡Cómo hubiese querido vivir contemporáneamente, contigo! ¡Cómo me hubiese gustado hablarte y escucharte, oírte horas! Nunca se me hubiese ocurrido decirte que no hablaras porque lo hacías mal, mezclando el italiano y el castellano, o que tu dialecto de gringo me aburría. Jamás te hubiese dicho eso. Yo te oiría con placer. ¡Con cuánto placer te oiría! Pero cuando un bisnieto llega al mundo, generalmente el bisabuelo ya se ha ido y se ha llevado consigo en su memoria todo un tesoro de recuerdos. Ojalá, bisabuelo Juan, que algún día podamos estar juntos.
Mamá siempre repetía la triste historia de una joven señora vecina que esperaba su tercer hijo, pero que no estaba nada bien porque su bebe crecía y no nacía. Y me contaba que tú, ya con ochenta y siete años, empezaste a sentirte débil, mal tu corazón, y eras tan sensible y querías tanto a aquella joven madre, que a cada rato las mandabas a ellas a preguntar cómo estaba y si ya había dado a luz. Al mismo tiempo ella preguntaba por tu salud porque te apreciaba mucho.
Una mañana, mamá y sus hermanas entraron a tu cuarto a ver por qué no te levantabas y te encontraron con las manos cruzadas sobre la Biblia que tenías sobre tu pecho. ¡Te habías ido! Al rato alguien entró y dijo que la señora de al lado había partido llevándose a su bebé. “No se lo digan al abuelo”, agregó.
Ninguno de los dos supo que el otro había partido. Quiero saber: ¿se encontraron allá? Ven a verme y cuéntamelo. ¿Llegó mi madre a dónde estás tú? ¿Quién más llegó? ¿Guardas todo en tu memoria? ¿O ahí se pierde la memoria? Espero y deseo que no. ¿Cómo reencontrarnos si perdemos la memoria?
Me contó mamá que un día abuelito fue a verte y volvió diciendo que estabas solo y triste y que abuelita dijo enseguida: “Traelo. Lo pondremos en el cuarto chico. Traerá felicidad a esta casa y él será feliz viendo crecer a sus nietas”. El abuelo fue corriendo a buscarte y te trajo con tus valijas y las niñas saltaban de contentas. ¡Tenían un abuelo en la casa! Y todo fue distinto.
Quiero contarte que la habitación se conserva igual hace ya cerca de un siglo, tal como la dejaste. La casona permaneció en la familia y a tu cuarto lo han disfrutado unos cuantos -entre ellos mi hermano-, pero todo está igual. También he sabido que la casa de piedra donde viviste hasta que embarcaste para América está tal como la dejaste. Parece esperarte.
Te espero una de estas noches para conversar. Y, quizás, pronto nos reuniremos.