Yanet Perdomo: Reflejo

Son las seis de la mañana y Renzo apaga la alarma, se baña, prepara un café, arregla su maletín, consulta su agenda como todos los días. Parado frente al espejo acomoda su corbata, se peina el bigote que acentúa su rostro casi perfecto. Saco, zapatos muy bien lustrados y se dirige hacia la clínica. Lo recibe la enfermera de siempre, joven, muy bonita que como todos los días lo mira de arriba a abajo detenidamente.


—Buenos días, doctor. La consulta está llena hoy, ¿ya va a comenzar?”
—Claro que sí, señorita —le responde, con esa voz tan sutil pero tan masculina a la vez.
Termina la consulta de la mañana y se dirige al bar de siempre para almorzar. Allí lo reciben muy amablemente como hace varios años, las mozas del bar comentan entre ellas: “mirá quién llegó”, “el doctorcito, siempre tan elegante”, “qué hombre tan guapo, por Dios”. Él las mira desde su mesa casi adivinando lo que dicen y sonríe tímidamente.


Atiende toda la consulta de la tarde y casi al oscurecer regresa a su casa. Se baña, se tira en el sofá con una copa de vino, después de un rato se dirige al dormitorio y saca del ropero una caja que está como escondida entre trajes y zapatos. Con la caja se dirige al baño, no demora ni diez minutos en salir, trae puesto un vestido negro muy ajustado, marcando una silueta perfecta, tacos muy altos y una peluca rubia larga y lacia.


Se para frente al espejo, se pinta los labios y se aleja como para poder contemplarse de cuerpo entero.
Vuelve a la sala, pone música y baila, baila durante un largo rato. Agotado se quita los tacones, el vestido, la peluca y guarda todo en la caja que esconde nuevamente en el ropero. Se mira al espejo y ahí está el reflejo de todos los días, el hombre seductor que mañana regresará al mundo de fantasía que creó y que esconde detrás de esos bigotes. La dura realidad de no poder ser quien quisiera ser.

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