Marta Oguez: Infancia

Recuerdo lo feliz que era. Tenía un hogar con mis padres: primero sola y después con mi hermana; primero en el campo y luego en la ciudad. Viene a mi mente mi perro Batuke. (Recién a mis ochentas supe que «batuke», su nombre, era una fiesta de la raza negra). Era un perro de mediano porte, con pelaje marrón. Acompañaba siempre a una niña que se movía de aquí para allá, inquieta, curiosa y muy traviesa. En esos tiempos vivíamos en la escuela rural donde mi madre, maestra, trabajaba. Aprendí a leer muy pronto y eso ensanchó mi mundo de campo y arroyo. En clase preguntaba mucho y quería saberlo todo. Mis paseos al arroyo, con mis padres, eran el premio del día. Pescaba con papá y preguntaba todo: «¿Pican? ¡Aquí viene uno!» Mis padres y su mate… Corría la tarde, caía el sol y el regreso lleno de preguntas y risas. Un balde con algunas mojarras. Jamás olvidaré ese arroyo y su corriente golpeando en la calzada. Preguntaba y aprendía nombres de pájaros. El martín pescador era mi preferido. Metía su pico en la corriente y siempre pescaba. La hija de la maestra paseaba por el pago. Iba en carro o en charré a la casa de los vecinos. Tenía muchos amigos. Pasaron los años, nació mi hermana y todo cambió radicalmente. Nos fuimos a Montevideo y en Malvín fui alumna de «escuela grande» de ciudad. Mi universo se amplió y entré en un mundo fantástico para mí, lleno de sorpresas. El mar fue mi primer amor. Nunca lo había visto y entró en mí para siempre. Una campesina de ocho años mojó su cuerpo y su alma en sus olas, mirando todo con sorpresa, incluso la pequeña isla. En ese mundo nuevo de escuela de dos pisos, con toboganes que caían de un piso al otro, hice nuevos amigos y aprendí mucho. Con los patines de rulemanes recorrí las calles del barrio. (Malvín casi no tenía bocacalles y el peligro era mínimo.) Recuerdo una noche de luna llena en que mi padre fue conmigo a una calle del barrio a probar mis patines nuevos. Quiso hacer una demostración en vivo y ¡qué golpe se dio! No quería reírme, pero era inevitable. La adaptación fue difícil, pero el asfalto se adaptó a mis travesuras. Hicimos la casa en Michigan y la vida siguió. Mi hermana creció y también fue feliz. Papá murió joven y aun lo extraño. Mi mamá, longeva, murió en Florida, en mi casa, muchos años después. Pasó la vida y pienso que esa familia ayudó a lo otro: una infancia feliz nos forma y empuja a vivir el resto con fortaleza y es piso firme de un futuro seguro y amable.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *