Escritores Floridenses: María Julia Scabino – «La tinaja»

En mi casa había una tinaja, gran recuerdo de mi infancia.
Esa tinaja fue usada en los primeros años de mi niñez para depositar el agua potable que se acarreaba desde una canilla cercana.
La tinaja en cuestión es muy pulida por fuera y muy coqueta en su forma ya que parece un gran jarrón.
Por aquellos tiempos la casa de mi abuela —mi casa de la niñez—, a pesar de estar en la ciudad, carecía de agua corriente. La canilla más cercana estaba en una esquina importante, a una cuadra y algunos metros de distancia de la casa.
Allí iba diariamente mi abuela —enfrentando el qué dirán—, con un balde de diez litros en cada mano; abría la canilla y se deleitaba observando cómo el flujo abundante y burbujeante de ese vital elemento, caía a borbotones en el balde hasta llenarlo, luego cerraba la canilla, conversaba con alguna vecina que pasaba por allí o encontraba en su recorrido, aprovechando a descansar y así regresaba caminando lentamente hacia la casa.
Me queda el recuerdo picaresco de que en alguna oportunidad, llegó a la esquina, llenó los baldes y los dejó allí por un buen rato y se fue a jugar a la quiniela por algunos quioscos del barrio, como siempre hacía, después volvió a la canilla, los levantó y regresó tranquila, bajo la mirada risueña de los vecinos.
De esa manera transcurría la mañana, realizando, uno tras otro, varios viajes con esos dos baldes pesados, derramando a veces el agua sobre sus piernas y sus pies, mojando así sus zapatillas descoloridas, hasta lograr completar la tinaja que surtiría de agua a la familia para toda la jornada.
Muchas veces participé acompañándola en su recorrido, como así también a mi madre. Otras veces con mis hermanos nos preparábamos para ayudarlas usando un palo de escoba, al que le colgábamos un balde en el centro, luego tomábamos uno de cada extremo del palo y las acompañábamos para hacer también nuestro aporte a la tinaja.
Íbamos muy entusiasmados con nuestro invento, pero la mayoría de las veces por más que al salir de la canilla estábamos con un balde bien lleno, al empezar a caminar y al deslizarse el balde de un lado a otro del palo, por nuestras diferencias de estatura, íbamos perdiendo líquido en el camino, hasta que al final llegábamos empapados y con muy poco en el balde, pero contentos, de sumar a la tinaja y ayudarlas.
Hasta que un día llegó el agua a nuestra puerta. Fue un gran alivio para ella y una gran felicidad para todos, pero se terminó una etapa de travesuras llenas de risas donde abuela y nietos nos divertíamos juntos.
La vieja tinaja ha sobrevivido a lo largo de los años, desafiando las adversidades, siendo parte de tantas emociones y promotora de tantas anécdotas. Ojalá un día pueda conservarla a mi lado como regocijo a mi corazón y como homenaje de amor infinito a Doña Clara, abnegada y valiente abuela y a Beba, mi sacrificada y resiliente madre.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *