Escritores Floridenses: Norma Hernández – «Bicicletas»

Mi primer contacto con una bicicleta fue a los diez años, un amigo de papá se la ofreció. «Si me la vendés a plazo me quedo con ella, al contado no puedo», dijo mi padre.
Unos días después su amigo apareció con ella: «Acepto tu oferta, lo único que te pido es que la cuides, mirá cómo te la entrego». Y sí, estaba impecable, parecía sin uso, era marrón oscuro, el asiento de cuero muy duro. Debajo a la derecha tenía colgada una cajita rectangular, también de cuero, con llaves adentro. El manillar, llamado cuernos de cabra, parecía incómodo.
Al principio, papá era un poco celoso con ella, pero de a poco la fue cediendo, se la dejaba a mis dos hermanas mayores para que aprendieran a usarla, pero en la segunda caída renunciaron y me tocó a mí. No era fácil, yo chica, la bicicleta, grande y de varón; si subía de manera normal no llegaba a los pedales, así que mi pierna derecha entró por el cuadro. Tenía que estirarme, quedar casi acostada para agarrar el arqueado manillar, sumamente incómoda mi posición. Tuve varias caídas leves, ya me sostenía bastante hasta que el balastro suelto en la orilla de la calle provocó mi caída y una piedra lastimó mi rodilla izquierda. Sangrando mucho llegué a casa y mamá curándome me decía: «Es muy grande esa bicicleta para vos, nunca vas a poder andar».
Papá la escuchó y riéndose le dijo: «Sí va a andar» Y a mí: «Mirá, todo el que anda en bicicleta se dio un golpecito. ¿Cuántos años tenías cuando te subiste a un caballo, un animal impredecible y lo dominaste? La mitad de los que tenés ahora, así que este es mucho más fácil.
Con las palabras de mi padre en la cabeza, esa noche me dormí convencida de que podía hacerlo. Y así fue, con la ayuda de mi hermano, en un terreno baldío que estaba cerca aprendí a pesar de la incomodidad de mi cuerpo.
Al tiempo papá nos compró una de mujer con el manillar derechito.
Ya grande, cuando mis hijas tenían siete y seis años, el papá apareció con una bici roja bastante chicuela que yo usé más que ellas. Cuando mi hijo menor cumplió ocho años, los hermanos le regalaron una muy bien diseñada, era más linda de ver que de andar, su color era gris con líneas blancas con asiento banana, ruedas chicas y rayos gruesos, bastante pesada. Él quedó encantado con su bici y la disfrutó muchísimo, hasta que su hermano mayor, muy entusiasmado con el triatlón, le mandó a hacer una de carrera. En cuanto la probó, inmediatamente la adoptó desechando a “la mimosa”, como la llamábamos. Y la heredé yo, con mucho gusto la usé bastante tiempo hasta el día en que mis hijos me regalaron la preciosa Ondina azul que hace más de veinte años es mi compañera fiel. ¡No sé la cantidad de kilómetros que hemos andado!
Disfruté mucho de todas las bicis que pasaron por mi vida, pero a mi Ondina azul fue a la única que desembalé muy emocionada.

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