Escritores Floridenses: «Regreso a casa»- Susana Seoane

Sintió la caricia helada en su mejilla. No le dio importancia, ya estaba acostumbrada.
Había regresado a su casa después de cuatro años de ausencia.
La abrumaron los recuerdos. La llevaron hasta ese día en que había perforado el abismo.
Ahora deambulaba por una casa que creía conocer.
El aire era denso, con el polvo flotando entre los rayos de sol, que se colaba por las hendijas de las persianas.
Una letanía de susurros la acompaña todo el tiempo. No entiende ese balbuceo, es confuso, indefinido, no distingue su significado.
¿Acaso se sugestiona y es solo el viento? ¿O son insectos? ¿Acaso los recuerdos en su mente le susurran?
Deja todo el día la tele encendida, son voces, palabras que entiende…
Al acostarse deja luces prendidas; en la cocina, en el baño o en el comedor. Imagina que alguien hace un té, o mira una película o se cepilla los dientes antes de acostarse.
Desde su cama ese resplandor de luz la calma, lo que imagina, la calma. Y así se duerme, imaginando.
Recorriendo la casa, encontró un cuaderno polvoriento entre los papeles del escritorio.
Un cuaderno que no reconoció. Entre sus páginas amarillentas hay símbolos esparcidos entre las palabras.
Hay planos también, trazados a mano, que parecen ser de la casa, aunque hay varias versiones de la ubicación de las habitaciones. Como si el dibujante fuera cambiando de idea y se le ocurrieran varios proyectos.
Poco a poco aquel hálito helado estuvo más presente.
A veces cuando leía el cuaderno una y otra vez, tratando de descifrarlo, una brisa volaba un mechón de cabellos sobre sus ojos o le recorría el brazo bajando desde su hombro.
¿Eran esos los planos de la casa? No estaba segura…
A medida que transcurrían los días, comprobaba que la distribución de las habitaciones… sí cambiaba.
Abría una puerta y se encontraba con una ventana. Entraba a la cocina y estaba vacía, sin muebles ni artefactos, nada. O la ventana que ayer miraba al jardín, hoy es una pared.
Se perdía continuamente en la casa.
Una noche entró a su dormitorio a acostarse y al abrir la puerta, un espejo reflejaba una habitación desnuda, fría y polvorienta. Ella tampoco se reflejaba en el espejo.
Corrió escaleras abajo buscando el cuaderno. Debía encontrar el significado de su contenido.
Leyó nuevamente. Acaso, en su confusión, le pareció también que ese mensaje encontrado no estaba, ¿o no lo había visto?
Fuera de la casa, dos personas se encuentran en la entrada.
-Buenas tardes, ¿Sr. López?
-Si, ¿usted viene de la Inmobiliaria?
-Exactamente, para mostrarle la casa de la que hablamos.
-Aunque está muy bien ubicada veo que necesitará reparaciones en su fachada. El jardín debe haber sido hermoso, ahora demandará muchas horas de trabajo. ¿Y el interior? ¿También estará descuidado?
-Entremos, así podrá comprobarlo, recuerde que hace cuatro años que está deshabitada.
Aquellas palabras que leía parecían martillar en su cabeza: “esta casa no está hecha de madera ni de cemento, está construida de recuerdos, de almas atrapadas. Yo soy una de ellas, si estás leyendo esto, corre, vete antes de que te reclame a ti también.”
Corrió hacia la puerta de entrada, aún con el cuaderno en su mano.
Los susurros se intensificaron, la aturdían, eran muchos, ahora decían su nombre.
Al llegar a la puerta, tironeó frenéticamente del picaporte, no cedía. Cuando la puerta se abrió… había una pared.
Estaba mareada, sofocada, como si tratara de atrapar el aire a bocanadas. No podía respirar, sintió el piso ceder bajo sus pies y se derrumbó.
Entonces entendió, la casa no la dejaría irse, ahora ella también era parte de la casa.
Ahora ella también se convertiría en uno de esos susurros.
Ella sería, un susurro más de la casa.

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