Escritores Floridenses: «Y después se enojan cuando grito»- Nora García

¡Ah! ¿Y ustedes qué me miran? ¿Nunca vieron a una vieja sentada en un sillón mirando por una ventana? Miren que yo no estoy acá por mi gusto. ¡No, no! Vine porque empezaron a decir que ya no podía vivir sola. ¡Mire si no iba a poder! Solo porque un día se me prendió fuego el repasador en la cocina… Y sí, a veces me olvidaba de apagar la hornalla, pero menos mal que de eso ni se enteraron. Después dicen que yo me peleaba con la Rosita, que era la chica que me acompañaba, solo porque un día no le abrí la puerta, pero era para que aprendiera a llegar en hora; porque quedó de llegar a las 10 y era 10 y 5 y no había llegado. Lo que pasó era que llovía y estuvo tres horas mojada y terminó llamando a la policía y a mi familia porque pensó que me había pasado algo. ¡Mire si me va a pasar algo! Después decían que yo perdía la plata; yo les decía que era la Rosita que me estaba robando, pero no me creían. Es difícil cuando a uno ya no le creen. Es muy difícil y triste también. Por eso fue que dejé de comer. Quería que supieran lo mal que me sentía. Pero no lo entendieron porque un día terminé viendo a una señora que dijeron que era una doctora, pero era una locóloga. ¡Miren si voy a estar loca! Solo porque dejé de comer, aunque ahora les cuento porque ellos no saben que yo comía galletitas a escondidas. Además, dicen que le hice la vida a cuadritos a la Rosita, pero era porque ella tenía la culpa de todo eso. ¿Por qué tuvo que armar tanto alboroto solo por mojarse si ni hacía mucho frío ese día? Ahora que estoy acá, solo por hacerles el gusto, no les gusta que cuando vienen a visitarme les diga que acá la cocinera tiene algo contra mí, porque me da comida sin sal. Y me dicen que todos los demás tienen que comer sin sal. ¡Y a mí qué me importa! El otro día no comí. Y otra vez consultaron con la locóloga. ¡Pobre mujer tener que aguantar a mis hijos! Para mí que se equivocó porque me indicó una pastilla roja, y yo nunca tomé pastillas rojas, por eso la escondo en la boca y cuando no me ven la tiro en el water. Ah, y tampoco les gustó cuando les dije que la nochera se pone mi perfume, ese el que más me gusta. Dicen que cómo voy a saber si se lo pone, porque yo duermo muy bien de noche. ¡Mire si no voy a saber si lo mido todas las mañanas! Dicen que no me adapto. ¿Para qué quiero adaptarme si dentro de poco me marcho? ¿Que para dónde va a ser?… ¡Para el campo de los quietos, Rivera al fondo! Bueno, no les gusta nada cuando digo eso. Me mandan callar, porque ahora cualquiera me manda callar. Esto es lo malo de ser vieja, por eso mejor no estar, digo yo. Se ve que cuando les vienen los remordimientos, vienen todos me traen un postre y mirá que saben que a mí me gustan las comidas saladas. ¡Pero no! Postre de frutillas, seguro porque les gustan a ellos los dulces. Dicen que tengo que hablar con otros pacientes; pero, ¿cómo voy a hablar con mi compañera de cuarto si no conoce ni a la hija y a veces cree que soy su madre? O que hable con el señor de gorra, ¡por favor! Tiene un olor a pis que no se lo pueden imaginar, y yo que todas las mañanas pido que me pongan mi perfume preferido. Y ahora nomás me vienen a buscar para bañarme, ¿se dan cuenta bañarme a esta hora? Yo que siempre me bañé de mañana antes del desayuno, ¿y si me resfrío? No piensa en nada esta gente. Solo en la plata que reciben el primero de cada mes. Porque eso sí, mis hijos son muy cumplidores, en eso salieron a mí. Y ahora, ¿por qué no me vienen a buscar si ya me cansé de hablarle a la gente que pasa por la vereda? Bueno, es lo mejor que tengo acá, les cuento todo y nada que me dicen, seguro que se dan cuenta de que tengo la razón. ¡Alicia! ¡Manuela! ¡Vengan!… ¡Vengan de una vez que tengo ganas de darme un baño!
Y después se enojan cuando grito.

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