Navidad: entre la Fe que perdura, los símbolos creados por la publicidad y el gran motor comercial de las fiestas

La Navidad es, para millones de creyentes en todo el mundo, una de las celebraciones más significativas del calendario religioso.

Marca el nacimiento de Jesús, un acontecimiento que simboliza la esperanza, la renovación espiritual y el amor al prójimo. Sin embargo, la forma en que se vive hoy está profundamente atravesada por tradiciones culturales modernas, por personajes que no figuran en los textos sagrados y por una maquinaria comercial que encuentra en diciembre su temporada más rentable.
Esta dualidad —entre lo sagrado y lo comercial— hace que cada año resurja un debate sobre el verdadero sentido de la Navidad.
Desde el punto de vista creyente, la esencia navideña sigue siendo un mensaje de humildad. Jesús nació en un pesebre, rodeado de pobreza material pero de abundancia espiritual. Los Evangelios relatan la visita de los pastores, la estrella que guió a los sabios y el anuncio de paz para la humanidad. En ese relato no hay luces multicolores, ni grandes banquetes, ni listas interminables de regalos: hay una familia unida por la Fe y un mensaje universal de amor. Para muchos fieles, recuperar esa mirada es fundamental para no perderse en el torbellino de diciembre.
Sin embargo, a medida que pasaron los siglos, nuevos símbolos comenzaron a dominar la escena navideña. El más influyente es, sin duda, Papá Noel. Aunque su figura tiene raíces cristianas —inspirada en San Nicolás de Mira, un obispo del siglo IV conocido por su generosidad con los niños y los pobres—, su estética moderna dista mucho de la antigua tradición. La imagen del hombre robusto, sonriente, vestido de rojo y blanco y asociado a la entrega masiva de regalos es producto de una construcción cultural y, especialmente, publicitaria.
En la década de 1930, una conocida multinacional de bebidas refrescantes utilizó esta figura en una campaña que resultó tan exitosa que terminó fijando definitivamente el “look” de Papá Noel para todo el mundo. Desde entonces, este personaje se convirtió en un símbolo no solo de la ilusión infantil, sino también del consumo navideño, acompañando publicidades, envases, promociones y eventos comerciales.
La Navidad también se consolidó como la temporada más fuerte para la industria del juguete. Las empresas planifican el año entero en torno a diciembre, lanzando colecciones exclusivas, ediciones especiales y productos que apelan a las tendencias culturales del momento. Las expectativas de los niños —ampliadas por catálogos, influencers, redes sociales y vitrinas llenas de luces— generan una presión económica considerable en muchas familias.
El acto de regalar, que en su origen buscaba simbolizar el amor, la amistad y la generosidad, se transforma a veces en una obligación social: “hay que regalar”, aunque el presupuesto no alcance o los precios se disparen. La relación entre consumidores y mercado en estas fechas muestra cómo la ilusión infantil convive con campañas calculadas para maximizar ventas.
Este fenómeno se intensifica año a año: las decoraciones navideñas aparecen cada vez más temprano, las tiendas adelantan promociones desde noviembre e incluso las plataformas digitales diseñan estrategias específicas para captar la atención en un mes donde la emoción y el consumo se mezclan profundamente. El marketing, en muchos casos, aprovecha la sensibilidad de estas fechas para convertir emociones en transacciones.
Mientras tanto, para quienes viven la Navidad desde la fe, esto genera un contraste evidente. El mensaje cristiano habla de austeridad, de compartir con quienes menos tienen y de reflexionar sobre el nacimiento de un niño que vino al mundo sin riqueza material. Pero la sociedad actual muchas veces asocia la Navidad a centros comerciales llenos, tarjetas de crédito al límite, publicidades insistentes y una acumulación de objetos que poco tienen que ver con la historia original.
Sin embargo, esta tensión no implica que ambos mundos —el espiritual y el comercial— deban excluirse mutuamente. Muchas familias creyentes adoptan un enfoque equilibrado: participan de tradiciones modernas, decoran el hogar, comparten regalos y disfrutan del ambiente festivo, pero sin perder de vista el mensaje central. Otras optan por simplificar las compras, priorizar regalos con sentido o dedicar parte del presupuesto a donaciones o acciones solidarias.
Porque, si algo demuestra la historia de la Navidad, es que la celebración siempre ha evolucionado; lo importante es que su significado esencial no se diluya.
El desafío actual es, quizá, redescubrir la Navidad más allá del ruido. Volver a mirar el pesebre, recordar la humildad y la esperanza que representa, poner en valor los encuentros familiares y las muestras de afecto que no dependen de lo material. Entender que Papá Noel, los juguetes, las campañas publicitarias y las luces forman parte del folclore moderno, pero que la raíz espiritual de la Navidad sigue ahí, intacta, esperando ser vivida con profundidad.
Redacción de Cambios

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