Cuando se ingresa por la calle Luis Alberto de Herrera al Sanatorio Piedra Alta, en la pared que queda frente a la puerta principal de lo que la gente también conoce como Sanatorio Viejo, hay una placa que recuerda un sentido homenaje realizado hace más de cuatro décadas al fundador de la institución.
El bronce cuenta que en marzo de 1979 el Directorio del centro asistencial resolvió bautizar al nosocomio como “Planta Sanatorial Dr. Heraclio Labandera Goñi”, en reconocimiento a quien lo había fundado 22 años antes.
Le acompañaron muchos en esa jornada y estuvieron en presencia o en memoria los que habían confiado en su honesta compostura, comprando acciones de aquel Sanatorio que nunca pagaron dividendos a los muchos floridenses que depositaron dinero por fe en un futuro mejor.
Pero entre todos, destacó una mujer que había acunado junto a él sus esperanzas de que prosperara la aventura; sus padecimientos para costear la idea con la fortuna de la familia; el haber aceptado que el terreno comprado para construir la casa familiar se entregara para que allí se levantara el Sanatorio; el haber sostenido con ánimo al titán en los días que se derrumbaba; haber atendido una y mil veces los dolorosos quebrantos de salud que llevó con admirable estoicismo (él padecía de una úlcera gástrica que quemó penas y angustias hasta que ganó y se perforó) agravados por las amarguras que le provocó llevar adelante aquella enorme obra; y estuvo al pie del cañón las veces que fue necesario cuando todo parecía caer: su señora esposa Ana Elsa Suárez, nuestra madre.
Aquel día, también, estuvimos como testigos fieles de tales sinsabores, mi hermano Fernando, y quien esto escribe.
Con el hall del edificio repleto, en aquella jornada el homenajeado comenzó a pronunciar un discurso de agradecimiento que había preparado durante varios días, pero su voz se fue apagando por la emoción.
Pasaron por su memoria los mil desvelos que precedieron ese día, las soledades que padeció por su liderazgo para desarrollar -contra toda esperanza- un sueño que había cuidado con esmero durante años, las mil dificultades que enfrentaría con entereza, y también la compañía de todos quiénes habían confiado en él por aquella vocación para crear una institución que cambiaría para siempre la calidad de la asistencia médica en Florida.
Cuando se construyó el Sanatorio Piedra Alta, la ciudad de Florida solo contaba con el Hospital público al servicio asistencial de la comunidad, en años de una medicina muchas veces heroica, plagada de carencias, y lejos de los centros hospitalarios de Montevideo.
“Preocupado por el progreso de la profesión médica, en plena juventud y con un gran prestigio personal, quiso mejorar las condiciones del medio, que encontraba insuficiente, y con un grupo reducido de colegas y amigos que aceptaron participar, contando incluso con oposición, creyó imprescindible la fundación de un Centro Asistencial en el área privada”, expondría en su oración fúnebre el Dr. Raúl Amorin Cal, el día del entierro del Dr. Heraclio Labandera Goñi en el Cementerio de Florida.
“Fue así que con grandes dificultades –prosiguió-, con una gran dosis de creatividad, fe, tesón y rebeldía, pudo llevar a cabo la entonces casi imposible empresa de fundar el Sanatorio Piedra Alta SA, que inició obras en 1959 y se inauguró en 1962. Aquella entidad era un adelanto trascendente para la Medicina de entonces: excelente planta física, sala de rayos X, laboratorio clínico, block quirúrgico equipado, sala de partos, nursery, enfermería, policlínicas, servicio de alimentación, lavadero y calefacción, entre otras capacidades. Lo inaugura con una planta de técnicos de primera línea, en la cual cifró sus esperanzas. No pidió nada para él, no tuvo ningún privilegio y permitió una libre asistencia irrestricta. En él hemos trabajado todos los médicos que alguna vez llegamos a Florida, con puertas abiertas, sin exclusivismos. Ejerció la presidencia del Directorio y la Dirección Técnica, simultáneamente, desde su fundación hasta su retiro profesional, sin percibir por ello ninguna retribución, compensación, viático o similar, en una institución que siempre dio servicios, así como con dificultades económicas para su subsistencia, lo que significó un segundo sacrificio”.
En marzo de 1979, quien había sido un gigante formidable en procura de un sueño que parecía inalcanzable, y aprendido a curar con la calma del campesino que espera la mano de Dios para hacer milagros, el médico sólido y firme que mil veces se tragó en silencio la angustia para que sus pacientes estuviesen tranquilos, en aquel homenaje fue vencido por la emoción.
El hall estaba lleno y cuando en plena lectura su voz se quebró en medio de una frase, un aplauso cerrado encubrió el tropiezo.
Fue así que mi madre hizo sentar a aquel hombre que pocas veces yo había visto llorar, y tuve el honor de terminar de leer su discurso hasta el final.
Pasa el tiempo y aún recuerdo esa emoción personalísima con fuerza indeleble.
Había colocado la primera piedra de ese sueño el 13 de julio de 1957.
Quiso la Providencia que este año, el domingo en que se celebró el Día del Padre, se cumplieran 68 años de la jornada en que mi padre colocara la piedra fundamental del Sanatorio Piedra Alta rodeado de los que acompañaron aquel sueño.
No encontré saludo más oportuno para ese día.
En la vida nada le fue fácil, porque empezó tarde, sin fortuna ni padrinazgo.
Pero logró todo lo que se propuso, porque hasta el último aliento los sueños fueron su alimento.
