Araceli Faggiani: La mansión Jeremías

Solía observar, intrigada, las tupidas arboledas ―pinos, en su mayoría― gigantescas, que sobresalían de sus muros y los setos de múltiple vegetación con un cerco de alambre en su interior.


Desde su observatorio solamente vislumbraba el gran portón de dos hojas con un nombre, “Jeremías”, y el inicio de un camino en el jardín; todo ello obstruía la visión hacia el interior Solo alguna luz nocturna indicaba que debería existir una casa allí.


Imaginaba por lo intrincado del bosque que debería ser añeja la construcción (tendría que existir alguna) y suponía que sus dueños tendrían una edad acorde con todo ello.
Un mediodía de otoño, emprendió, decidida, una excursión en su derredor.
Caminaba con lentitud y calma, acercándose a los arbustos del seto. Por un resquicio de ellos pudo contemplar una gran mansión desarrollada en semicírculo, de dos plantas, de paredes blancas y múltiples ventanas, antiguas, no muy grandes, desplegadas a lo largo de todo el frente, algunas abiertas, dejando ver los visillos, muy blancos que le recordaba a las casas de la Provenza francesa.
Era tan extensa su construcción que ocupaba todo el centro del jardín. Diríase que el total del lugar abarcaría más de dos hectáreas.


Caminaba y observaba el piso cubierto en su mayor parte por una tupida alfombra de hojas secas, la impresionante arboleda debía inclinar su cabeza para observarla en toda su altura, su entorno emanaba un delicado aroma de pino y jazmín.


Se preguntaba qué secreto guardaría la gran mansión oculta tras la arboleda; cuántas historias de vida transcurridas en la antigua edificación centenaria.


Detenida en un recodo del camino vislumbró un rostro en una de sus ventanas superiores. Parecía observar a la intrusa que se atrevía a fisgonear desde el cerco; un hombre anciano de cabello ralo y blanco se asomaba tras los cristales.


Ambos se miraron a lo lejos por un instante. Rápidamente se alejó ella por el camino circundante.
Supo luego que esa casa solariega había sido escenario de una tragedia, una tragedia de amor. Su dueña, quizás la esposa del anciano en la ventana ―una actriz francesa retirada― habría mantenido un romance por largo tiempo con su joven jardinero.


Cuentan que solían verlos caminando por el jardín en las noches de estío, y correr bajo la lluvia en otoño, abrazados, viviendo su amor apasionado
La actriz jugaba a veces un papel de Julieta ―pese a su edad―, otrora era Fermina Daza asumiendo su mayoridad, siempre se imbuía en el rol de Catherine en pos de Heathcliff, interpretando su trágico amor.


Así en perfecta conjunción de caracteres compartían su sueño.
Seguramente tal perfección despertó la animosidad en su entorno.
Solo dos eran los sirvientes allí―hombre y mujer―. Uno de ellos, o ambos, cortaron el nudo de la relación; culminando con el regreso precoz del marido de sus negocios europeos.
Dicen que fue él quien encontró muerta a la actriz en dudosas circunstancias. Perseguido por rumores acusatorios el jardinero desapareció.


Pese a los años transcurridos ―muchos― cuentan los aledaños que han logrado ver al joven ―muy mayor ahora― rondando siempre la mansión.

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