Escritores Florida: María Delia Rossi-Llamitas

Una mañana me levanté con el alma abrumada y la mirada pesada. No hubiera querido salir de la cama ese día, casi me obligué a hacerlo
Salí del dormitorio en piyama, pantuflas y el cabello revuelto, que solo arreglé un poco con la mano, me lavé la cara con desgano y cepillé los dientes sin mirar el espejo que tenía enfrente.
Descorrí las cortinas. El día era gris y con una leve llovizna. Fui a la cocina, encendí la hornalla para calentar el agua para el mate y volví a mirar para afuera.
—¡Vaya día! —me dije,
Tenía la silla frente a la estufa y esta estaba limpia y apagada, tan fría como mi ánimo.
Miré con desgano el cajón con la leña seca y decidí encender el fuego. Poco a poco empezó a formar llama. Esta era pequeña, pero se esforzaba por crecer.
Corrí a la cocina, la caldera estaba hirviendo y un vapor húmedo cubría los vidrios de la ventana. Llené el termo y lo llevé a la sala. Los palos ya ardían y querían formar brasas.
Me senté frente al fuego y ahí tomé conciencia de lo que es la vida misma. Lo asocié con los sentimientos que a veces nos golpean y nos hacen perder la vista del camino que tenemos marcado.
Cuando nos sacude la muerte de nuestros seres más queridos, cuando miramos el horizonte y así como el vapor cubre los vidrios y dificulta la mirada, así nos sentimos, apagados y fríos. Necesitamos esa llamita que vuelva a encender nuestra esperanza para que generemos nuevas fuerzas, expectativas y podamos contagiar calor a quienes nos miran desde afuera para que sepan que, aunque la leña esté verde, siempre habrá una llamita que entibie.
Al final, miré nuevamente para afuera y lo vi a ese día hermoso, con los árboles y las plantas agradecidas por la llovizna y los pájaros con sus trinos de alabanzas y comprendí que en nosotros está la lupa con la que damos proporción a nuestras luchas y a nuestra fe y que está bueno guardar alguna brasita para que el viento de la esperanza nos ayude a vivir.