Desde la Catedral Basílica de Florida, Monseñor Martín Pérez celebró una emotiva Eucaristía en memoria del primer Papa latinoamericano, fallecido este lunes a los 88 años.
En la mañana serena de este lunes, la Catedral Basílica de Florida volvió a vestirse de recogimiento. Allí, el Obispo de Florida, Monseñor Martín Pérez, presidió una Eucaristía especial: no fue una misa más, sino un gesto de gratitud y memoria por el Papa Francisco, quien falleció a los 88 años en su residencia de Santa Marta, en el Vaticano.
Monseñor Pérez, conmovido pero sereno, compartió con los presentes unas palabras que retrataron con profundidad el sentir de muchos fieles. “Hemos empezado el tiempo pascual con esta noticia que, por un lado, nos entristece, pero que también nos impulsa a agradecer. Agradecer la Pascua de Jesús… y la Pascua de Francisco”, dijo, recordando el legado de un pontífice que dejó huella profunda en la Iglesia.
Francisco —o Jorge Mario Bergoglio, como se lo conoció antes de vestir de blanco— fue el primer Papa latinoamericano y el primero en siglos en convivir con un Papa emérito. Su pontificado, que duró más de 12 años, estuvo marcado por su cercanía, su apertura y su mirada puesta en los márgenes. Hizo del Evangelio algo palpable, y devolvió a muchos el deseo de caminar junto a una Iglesia más humana, más abierta y menos rígida.
“No vale la pena llorar simplemente por alguien que se fue. Lo que vale es recordarlo como él hubiese querido: agradeciendo, caminando, sirviendo”, agregó Monseñor, destacando cómo Francisco marcó un antes y un después en la forma de vivir la fe.
El Papa murió a causa de un ictus, tras haber dado su última bendición urbi et orbi el domingo. Su muerte, confirmada por el camarlengo, cardenal Kevin Farrell, generó conmoción en todo el mundo, especialmente en América Latina, donde millones de personas lo sintieron siempre cercano.
Pero incluso en su muerte, Francisco volvió a hablar con su ejemplo. Fue a través de su testamento —fechado el 29 de junio de 2022— donde dejó clara su voluntad de ser enterrado con humildad. No pidió monumentos ni mármoles decorados. En cambio, solicitó una tumba sencilla, en tierra, sin ornamentaciones ni títulos. Solo una palabra: Franciscus.
Indicó que su sepulcro fuera dispuesto en una nave lateral de la Basílica de Santa María la Mayor, entre la Capilla Paulina y la Capilla Sforza, lugar que visitó en silencio tantas veces durante su papado. Allí, junto a la imagen de la Salus Populi Romani, pidió reposar para siempre, como un servidor más del Pueblo de Dios.
El gesto no sorprende. Quienes conocieron su andar sabían que Francisco predicaba con los pies: eligió vivir en la residencia de Santa Marta en lugar del palacio apostólico, usó zapatos gastados, evitó fastos innecesarios, y cuando hablaba del poder, lo hacía desde el servicio. Su tumba, ahora, es simplemente una continuación de ese testimonio.
Mientras tanto, el Vaticano se prepara para los rituales que siguen a la muerte de un pontífice. Su apartamento será sellado y se iniciarán los preparativos para el funeral, que deberá celebrarse entre el viernes y el domingo, según marcan las normas vaticanas. Italia, por su parte, ha reforzado los servicios de trenes ante la llegada masiva de peregrinos que desean despedir al Papa de la gente.
El Colegio de Cardenales, con 136 miembros con derecho a voto, será ahora el encargado de elegir al próximo líder de la Iglesia. Será otro capítulo en una historia milenaria, pero el recuerdo de Francisco permanecerá.
Y como compartió Monseñor Martín Pérez tras la celebración, mientras conversábamos sobre el desarrollo de esta crónica:
“Ojalá no olvidemos sus palabras, ojalá sigamos caminando por el sendero que él iluminó. Porque Francisco no solo marcó un pontificado; marcó nuestros corazones.”


