A Bartimeo le faltaba uno de los elementos esenciales para enriquecerse, por esto cayó inevitablemente en la pobreza pasando a vivir de las limosnas. Para los ciegos de Dios, sin embargo, es posible hacer una fortuna; pero desde este punto de vista, es aún más lamentable: cuando sus ojos carnales se cierren definitivamente a la luz del día, los espirituales se abrirán inmediatamente, pero qué tarde será para ver la gran dimensión de su verdadera miseria en todo su horror. Y, ojalá no sea ese el momento de desesperación.
Tengamos como seguro este principio: siempre que un ciego de Dios abraza el camino de la conversión, «la multitud» intenta disuadirlo de proseguir, haciendo todo lo posible para crearle obstáculos.
Desgraciadamente, a esa «multitud» de mundanos se asocia la multitud de sus propios pecados y pasiones, para hacerlo silenciar. También aquí es oportuno imitar la actitud de Bartimeo, es decir, no sólo no ceder a las presiones, sino por el contrario, redoblar en ardor, esperanza y deseos. De esta forma, no tardará en comprobar la realidad de la convicción del Apóstol: «Todo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13).
«¡Señor, que yo vea!», debe ser el pedido de quien esté inmerso en la tibieza y sobre todo de quién es ciego de Dios. Bartimeo no pidió la fe, porque ya la poseía. Su ceguera era simplemente física.
La fe se va convirtiendo en el privilegio de minorías
El número de los que sufren de ceguera física, en el mundo, es insignificante, en comparación con los ciegos espirituales. La ceguera del corazón alcanza una cantidad alarmante de personas en nuestros días. La fe se va convirtiendo en el privilegio de las minorías. Hay ciegos no sólo en los caminos de la salvación, sino incluso en las vías de la piedad. Estos llevan una vida pseudo tranquila, sumergidos en los peligros de la tibieza; cometen faltas, pero consiguen muchas veces, a través de innumerables sofismas, adormecer sus conciencias, no experimentando más los benéficos remordimientos. Se confiesan por pura rutina, comulgan sin dar el debido valor a la sustancia del Sacramento Eucarístico, rezan sin devoción…
Y, -¿quién diría? – hay ciegos entre los que abrazaron el camino de la perfección, pero dejaron de aspirar a ella, contentándose con una espiritualidad mediocre, escuálida e infructuosa.
Pureza de corazón
En fin, para no ser ciego de Dios, hay que ser puro de corazón. Una de las principales causas de la ceguera de nuestros días es la impureza. Nuestro Señor dice en el Sermón de la Montaña: «Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios» (Mt 5, 8).
No se trata exclusivamente de la virtud de la castidad sino también, mucho de la recta intención de nuestros deseos. Tanto una cuanto la otra se hacen raras a cada nuevo día, en esta era de progresiva ceguera de Dios…
Estas son algunas de las razones por las que la humanidad necesita volver urgentemente a la Santísima Madre de Dios, presentando por medio de Ella, al Divino Redentor, el mismo pedido de Bartimeo: «¡Señor, que yo vea!»Fuente: Mons. João Clá Dias, EP in“Lo inédito sobre los Evangelios” Vol. II, Editríce Vaticana.
[Mons. João Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio]
Con alegría y agradecimiento veo que han publicado esta semana también, las sabias y actuales reflexiones de Monseñor Joao Clá. Lo estoy compartiendo con mis contactos en whatsapp. Saludos.
Muy bueno el articulo de Monseñor Joao Clá
Muy actual y representa gran parte de los espíritus modernos de estar ciegos a la realidad de Dios.
Recemos a María Santísima para no caer en esa tibieza espiritual.
Mi agradecimiento a Monseñor Joao Cla por enseñarnos a tener un corazón puro y al servicio de Dios y de la Santísima Virgen. Por enseñarnos que la riqueza únicamente la encontramos en lo celestial. Gracias Heraldos del Evangelio por el Apostolado que hacen en todo el mundo.
¡¡¡Qué lindas palabras!!! Los comentarios corresponden al Evangelio de este domingo 24 de octubre. Los tendré muy presentes cuando oiga el Evangelio y la misa. Gracias.
Que impresionante explicación. Rara vez vista. Me encantó.
Los leo desde España y me encontré con la grata sorpresa de ver este lindo artículo, lleno de espiritualidad. Ojalá los sigan publicando. Saludos.
Creo que viendo la fe del ciego, debemos confiar como él y transformarnos en los apóstoles de la esperanza. Monseñor Joao Clá dice una gran verdad: debemos seguir el ejemplo de Bartimeo y rezarle a la Virgen.
¡Muy bueno!