¡Qué lindo es reencontrarse con “los muchachos”! Aquellos que son parte de nuestra historia pero que, por diferentes razones, han visto reducida la frecuencia con que se encontraban. No obstante, el deseo de compartir una velada siempre está latente y solo basta con que alguno de ellos proponga una fecha de reunión para que los demás se sumen a la idea.
Llegado el día, al calor de la parrilla y con un buen vino refrescando gargantas y recuerdos, los compañeros de aconteceres pasados se van poniendo al día con el presente de cada uno: trabajo, familia, éxitos, planes, historias varias -no siempre veraces-… Queda prohibido referirse a derrotas o pérdidas. Todos procuran mostrar su mejor faceta como una forma de ser bueno y no desentonar con el evento que los convoca. Es como un homenaje a un pasado compartido que nadie desea borrar.
Como en toda reunión, mientras van surgiendo las anécdotas del pasado, la parrilla se va vaciando, pero también las botellas de vino. Va llegando, entonces, el momento crucial en que cada uno de ellos debe discernir entre beber “una copita más” para estar aún más alegre en esa amena velada o, bien, dejar de hacerlo por el resto de la noche porque así se lo sugiere el cuerpo, y proseguir disfrutando de la reunión sin indisponerse.
Sin embargo, esa disyuntiva no siempre es bien resuelta por todos los comensales. A veces hay alguno que continúa bebiendo sin límite, pese a saber que su cuerpo no tolera bien el exceso de alcohol. En tal caso, esa persona se encuentra en problemas. Pero estos no solo lo afectan a él, sino también a la propia reunión, en tanto es muy factible que la pérdida de control de sus actos lo induzca a comenzar a expresar inconveniencias desencadenando una situación incómoda para la, hasta ese momento, agradable reunión.
Dentro de esa persona, y como monstruos minúsculos, los recuerdos aparentemente archivados de cuentas pendientes del pasado con algún comensal, regresan al presente. A su mente arriban en tropel pensamientos desordenados, mitad realidad y mitad fantasía, los que no demoran en ser verbalizados. La rebelión de las palabras salta a escena. Es un momento crítico, lleno de reproches, insultos y hasta amagos de violencia, donde no siempre es posible poner fin sin que alguien salga lastimado, en lo físico o en lo emocional.
Luego de un largo rato de discusiones, gritos y empujones, las revueltas aguas retornan a su normalidad, pero ya nada es lo mismo. Llegó la hora de dar por finalizada la reunión. Final abrupto, por cierto. No era el final esperado al inicio.
Mientras se van retirando del lugar, brotan las interrogantes. Unas son apenas silenciosas reflexiones, otras, en cambio, son formuladas en voz baja entre quienes se van despidiendo: ¿Para esto fue la reunión? ¿Acaso fue acertado convocar a este desubicado? ¿No habría que ser más selectivo al momento de citar para un reencuentro? ¿Habrá una próxima reunión o esta fue la última? ¿Vale la pena reunirse para revivir el pasado o es mejor que todo quede en el recuerdo?…