José Luis Llugain: Mis hojas muertas

Estimada hermana Isabel:
Ante todo, la saludo deseando que se encuentre bien de salud, libre de esta pandemia atroz que está azotando al país y al mundo entero.

Luego de un largo tiempo sin comunicarme con usted, hoy retomo el contacto aprovechando esta cuarentena en que nos encontramos y que, involuntariamente, nos permite dar espacio a la reflexión sobre cuestiones diversas de la vida.

Nosotros nos encontramos sanos y bien en el hogar. La pequeña Isabella disfruta mucho de nuestra compañía ahogando el silencio con sus risas e interminables conversaciones con nosotros dos y con sus muñecas.

Le recuerdo, por si no lo tiene presente, que el nombre elegido para nuestra hija fue en homenaje a usted, una muy buena docente y por de más importante en mi formación personal, tanto cuando fui su alumno como también en los restantes años en que concurrí al colegio. Muchas de sus enseñanzas hoy constituyen pautas en mi vida cotidiana. De eso no puedo ni quiero olvidarme.

Siempre me acuerdo el particular cariño que usted sentía hacia el otoño, la época de inicio de clases, y la metáfora que empleaba comparando la caída de las hojas de los árboles con la apertura de los educandos hacia nuevos conocimientos: “cuando el árbol pierde las hojas en el otoño, la savia que retorna al tronco, le da la fortaleza para enfrentar a las tormentas del invierno, para luego reverdecer en primavera con nuevos bríos”.

Vaya si en estos tiempos ha regresado a mi memoria esa enseñanza, encontrándome en una cuarentena sin fecha de finalización y con una total incertidumbre al respecto de qué ocurrirá con la salud, el trabajo, el país, etc., etc. Asimismo, y por lo que tengo entendido, el avance del virus se agrava con la llegada del invierno; en consecuencia, debemos estar preparados para un muy probable incremento del número de contagiados de aquí a dentro de tres meses.

Aquí es cuando usted puede preguntarse qué tiene que ver con todo esto que estoy expresando.
Le respondo: hoy me siento igual que en el otoño al que usted aludía al comienzo de clases. Estoy en la necesidad de incorporar nuevos planes para mi vida, debo evaluar mi presente y, tal vez, reestructurar mi agenda de prioridades. El miedo a la muerte es probablemente el mejor consejero sobre cómo encarar la vida aprovechando las (pocas) oportunidades que ella ofrece.

Le confieso tener algo de miedo frente a esta pandemia, con todo lo trágico que eso puede significar. No me queda más que ponerme a pensar y discernir qué cosas no estoy haciendo bien para mi persona, para mi familia y arrancar de mi vida esas hojas muertas que me estarían impidiendo ser mejor en todos los órdenes, ser más proactivo antes las oportunidades laborales, concretar sueños postergados, ser más grato con los demás, ser más feliz. Ni sé por dónde comenzar, pero sí tengo claro el camino: arrancar las hojas muertas de mi vida.

Sepa usted disculparme por haberla hecho partícipe de esta angustia que me ha invadido; pero si lo hago, es solo en reconocimiento a la enseñanza de vida que usted sembró en mí y que hoy está germinando.
Hermana Isabel, le doy mil gracias de todo corazón por haberse cruzado en mi camino. No fui el mejor alumno que usted tuvo, pero tenga la certeza de que sus enseñanzas calaron muy hondo en mi mente y mi corazón y que hoy, en este momento tan crucial, las valoro mucho más que en todos los años transcurridos desde que las recibí hasta el presente.
Ya me despido de usted, no quiero atosigarla más. Deseo que siga estando bien y le prometo ir a visitarle si sobrepaso el invierno (parafraseando su metáfora). Hasta usted iré con mi esposa e Isabella y allí le compartiré el nuevo plan de vida que me he trazado para mi primavera. Usted se lo merece.
Le mando un afectuoso saludo.

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