LA ÉTICA DEL TRABAJO

Estamos próximos a un nuevo 1º de mayo, celebración del día de los trabajadores, en el contexto particular de la pandemia, que tanto ha afectado esa cotidiana actividad humana y preciado bien social. El trabajo es una realidad muy rica, con un origen remoto y con múltiples variaciones a lo largo de los siglos. Realidad por tanto difícil de definir con precisión, pero materia que da pie a muchas reflexiones. En este sentido, no pretendemos hablar del trabajo desde una concepción determinada, sea liberal, colectivista o cristiana. Creemos necesario, en cambio, realizar una reflexión del trabajo considerando su amplia significación humana y, por tanto, su profundo sentido ético. Desde esta óptica debemos considerar, en primer término, que al hablar de trabajo nos referimos a determinado tipo de acción humana, aunque no a todas. Hay acciones humanas que no son trabajo. De hecho, a modo de ejemplo, comer es una acción humana que no es calificada como trabajo, aunque sí lo es preparar la comida. Para realizar este tipo de acciones, que denominamos trabajo, el hombre, supliendo las deficiencias que tiene respecto a los animales, debe construir instrumentos usando su razón y sus manos. He aquí un tipo de trabajo que tiene que ver con el carácter corporal, o material, de la vida del hombre. Pero también el trabajo tiene un carácter social, y en este aspecto también podemos advertir, a modo de ejemplo, que la charla con un amigo no es un trabajo, mientras sí lo es la charla del maestro con su discípulo. Análogamente jugar al fútbol no será considerado trabajo cuando se realiza por esparcimiento, pero sí será considerado trabajo si se lo tiene como profesión. En este punto arribamos a un concepto estrechamente vinculado a la noción de trabajo, que es la profesión u oficio. Es más, el trabajo adquiere su significación más propia cuando se lo califica como trabajo profesional. Y una profesión se ejercita en el contexto social, se inscribe en un conjunto de funciones de la sociedad, a través de las cuales la misma sociedad se constituye y se mantiene. Por tanto, la actividad humana denominada trabajo no se agota en las facultades operativas del hombre, sino que se inscribe en la pluralidad de la sociedad humana. Un mero esparcimiento, o una «pérdida de tiempo», se transforma en trabajo cuando es profesado ante los demás, cuando es aceptado por el núcleo social y, por tanto, es remunerado. Pero no es el trabajo el que produce los medios para vivir, sino que es la sociedad en conjunto que acoge la actividad de cada uno, y, como conjunto, produce bienes que reparte en forma de salario. «Tener trabajo» es entonces un signo de integración dentro del conjunto social. Esto no quiere decir que el trabajo quede instrumentalizado en el conjunto de la sociedad, al punto que la persona sea absorbida por la colectividad. Pero tampoco podemos ignorar que carecer de posibilidades de trabajo es quitar a la persona buena parte de su condición social, que lo define en cuanto tal. El trabajo tiene una dimensión individual y una dimensión social, los dos polos que hacen de esta actividad algo esencialmente humano, indisolublemente unido a la dignidad de la persona y con una particular dimensión ética. Nuestro saludo a todos los trabajadores y a aquellos que, por la pandemia u otros motivos, no tienen trabajo, y que, por tanto, ven recortadas sus posibilidades de realización personal e inserción social. Pbro. Dr. Gabriel González Merlano

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