Cuando nos referimos a la presencia católica en el proceso de Independencia no se trata de ver a la Iglesia como una institución que participa de esos acontecimientos como invitada o parte de una coyuntura particular. Su presencia es natural desde la época colonial, dada la matriz española y católica en la que se fraguó nuestra patria. Nuestros gobernantes y nuestros próceres vivieron profundamente su fe, la que se respiraba en el ambiente.
Generalmente nos referimos a los sacerdotes, que sin duda tuvieron gran protagonismo, pero no es solo el clero, sino toda la Iglesia la que acompaña el proceso independentista, porque la religión está impregnada en el pueblo. Por ello será tan importante, desde la colonia, pasando por la época de la independencia y durante el siglo XIX, la actividad desarrollada por las cofradías y hermandades, que alimentan la fe de los fieles. Del mismo modo, sucede con tantas devociones a los santos y a la Virgen bajo diferentes advocaciones, muchas que llegan hasta nuestros días.
La simbiosis de la cultura de los guaraníes con la tarea evangelizadora de los padres jesuitas, también tuvo su influencia en esta tierra donde la influencia del guaraní fue tan importante. Indígenas cultos, cristianos, músicos y celosos del culto, contribuyeron, en los pueblos donde se instalaron, a promover la fe y la cultura católica (música, arte, liturgia, etc.). Esos guaraníes provenían de las misiones, se integraron en la población y participaron activamente en el ejército de Rivera. Esta presencia guaraní en nuestro territorio, especialmente en la época de la independencia y posteriormente, fue ejemplo de vida comunitaria y valor ético católico, matriz del auténtico proyecto artiguista.
Son muy importantes, además, los servicios que ofrece la Iglesia a pesar de su escasa institucionalización, al no contar con un obispo ni estructuras eclesiásticas desarrolladas. Sin embargo, desarrolla la tarea de la educación en los colegios de jesuitas y franciscanos; catequesis; ejercicios espirituales, en una casa fundada para este fin a comienzos del siglo XIX; hospitales; atención a militares, afros, huérfanos, etc.; formación de niños y jóvenes en oficios (ganaderos, agrícolas, artesanales, etc.); actividades culturales y científicas (son claros ejemplos Manuel Pérez Castellano, el primer sacerdote oriental, y Dámaso Antonio Larrañaga, quien será el primer Vicario Apostólico y primer científico).
También nuestros próceres, educados en ese ambiente, serán profundamente religiosos y preocupados por las necesidades de la Iglesia. Artigas, Rivera, Lavalleja, Oribe, muestran claramente su fe en Dios, su devoción a la Virgen, y en todo momento acuden a la práctica religiosa, tanto para pedir como para agradecer. Todos ellos tienen una relación muy estrecha con los curas, muchos de ellos colaboradores directos, a quienes recurren por distintos motivos. Tampoco dejan que al pueblo le falte el auxilio espiritual en momentos de la revolución, preocupándose de que las comunidades no carecieran de sacerdotes, estimulando la creación de parroquias y oratorios, para que a los ciudadanos no les faltasen los medios de salvación.
No es extraño entonces que Lavalleja y sus hombres, así como los representantes del gobierno provisorio de la Florida imploraran a Dios y veneraran a la Virgen del Pintado, en la iglesia local, poniendo en sus manos los destinos de libertad conquistados por esta Provincia Oriental.
Pbro. Dr. Gabriel González Merlano