Quién sabe qué pasa por la cabeza del viejo aquel que mira con ojos cansados a través del ventanal. Se sienta en su mecedora y mira a través de sus gafas de aumento.
Casi siempre son los mismos que le saludan levantando la mano.
Don Francisco camina lento, arrastrando su pierna y el brazo que sostienen con un pañuelo.
Arrastra juntamente una vida sacrificada trabajada en el campo. Ordeñaba unas cuantas vacas, como antes, a mano. Sembraba usando los bueyes con arado, cosechaba a puro pulmón- Con sol, lluvia, viento…
Tenía una familia hermosa, mujer e hijos, y un don innato que lo hacía feliz: cantar.
En su radio Spica a pilas sintonizaba y aparecía la voz tan especial, la del Mago, el Zorzal criollo, Carlos Gardel y, a la par, entonaba su preferida:
Acaricia mi ensueño
el suave murmullo de tu respirar…
Cómo ríe la aurora si tus ojos negros
me quieren mirar…
El día que me quieras…
Se olvidaba de todo, de sus dolores de lumbalgia, de sus problemas, cantar le hacía volar, soñar…
En todos los festejos familiares le hacían cantar esos tangos de Gardel y él no se negaba…
Se sabía de memoria la letra de casi todos sus tangos. Se arregló de su mujer con una serenata cantando “El día que me quieras”.
Hoy sigue sonando en la radio esa voz que nunca muere y al viejo le ha jugado una mala pasada la salud. La memoria afectada y su voz ya no se escucha.
Ah, pero él revive juntamente con Carlitos Gardel cuando suenan tangos en la radio.
Sus ojos se iluminan, su voz se escucha. Vuela, sueña que está bailando un tango con su amada mujer.
Sonríe, sonríe …
Y Carlitos Gardel le palmea el hombro, le guiña un ojo, se saca el sombrero …
El Zorzal criollo sigue deleitando con su voz, mientras el viejo quedó dormido.