Florida. Junio de 1960 y tantos…
En aquellos tiempos ciertamente, llegada esta fecha religiosa, para nosotras, mi prima y yo, era una fiesta.
Salíamos por la tarde a recorrer la calle Rodó y a vichar los kioscos. En ocasiones nos comprábamos un lindo gorro o un adorno llamativo. Dábamos otras vueltas por la capilla y volvíamos rozagantes, previo a algún mandado de la tía que nos aprovechaba.
Mi mamá era muy devota de San Cono. Ese día, tres de junio se levantaba preparada. Los zapatos, la pollera y la blusa, todo impecable, y no comía a mediodía, o picoteaba algo. Tal era su devoción.
Bajábamos hasta la calle Rodó, antes de que sacaran al Santo; mi hermana, mi prima, Mi madre y yo. Lo hacíamos para buscar un buen lugar para luego seguirlo de cerca, aunque es obvio que al andar se iba acumulando gente e íbamos quedando atrás.
Vuelvo con mi prima. Llegaba la tardecita de ese día tan bonito para nosotras, muy jovencitas y coquetas, comenzábamos a enloquecer al espejo. Lo dejaba ella y lo agarraba yo. Pinturas… hermosas fantasías de niñas…
Ya paseando y mirando kioscos íbamos y veníamos por un lado y por otro, de las tiendas. Por allá un señor grita:
—Señorita, señora, aquí tiene la suerte. Compre la suya. Cotorrita de la suerte.
Y allá íbamos nosotras, felices a comprar nuestros papelitos.
—¿Qué dice el tuyo, prima?
—¿Y qué dice el tuyo?
Pero lo más grato para nosotras era recibir piropos de los jóvenes:
—“Carita de amapola”.
—“¿Qué pasará en el cielo que hay tanto ángel en la tierra?”
En fin…recuerdos hermosos.
Ah, pero esto no termina aquí. Me falta contar lo que le pasó a mi mamá en sus idas a San Cono:
Íbamos en la procesión, un día de lluvia, aunque en ese momento no llovía. Por eso mi madre llevaba el paraguas debajo del brazo. De pronto sintió que algo se lo tironeaba, pero ella seguía. ¡Había tanta gente! Alguien le tocó el hombro:
—Señora, ¿podría desenganchar su paraguas? Me está tironeando la chaqueta. Gracias.
Era un policía. ¡Mi mamá se lo llevaba de tiro!