El día de la madre es mi día, el día de mi madre y el de la madre de mi madre.
Nunca conocí a la madre de mi madre, pero sí sé que su ausencia en la vida de mi madre es ya parte de mi vida, y lo será de mi hija y de la hija de mi hija.
No quiero que piensen que es un trabalenguas, o palabras que salen sin sentido de mi cabeza llena de pájaros.
Fui una hija con sentimientos de orfandad.
Mi madre se desvivía por darme todo lo que ella creía necesario, pero que no colmaba lo que yo deseaba de pequeña.
No recuerdo un mimo, no recuerdo una caricia, no recuerdo un reconocimiento positivo; solo su anhelo de mi excelencia… ¡que me hacía sentir tan, pero tan sola!
Cuántas veces expuesta en mis faltas, en mis “debe”, como cuando a mis tres años me hizo cantar y dictaminó “esta niña nunca va a saber cantar” … ¡y nunca canté!
Cuántas cosas tuve que hacer para lograr su aprobación, cuánto esfuerzo, cuánto esmero, porque ella era “perfecta” y tenía que lograr hacer lo que ella hubiera deseado para sí.
Tenía que superarla, por ella y por mí. Pero qué frágil, era yo…
Esto me convirtió en una adolescente y joven mujer muy dolorida, muy frágil y tuve que animarme a visitar mi mundo interno para poder hacer las paces con la que hasta ese momento era la mujer más importante de mi vida. (Luego lo sería mi hija y, quizás no dentro de mucho, lo será mi nieta).
En todo ese tránsito por mi mundo interno, luego de poder pelearme mil veces con esa madre que les conté, encontré la luz.
¡Oh, bendita luz! Me dio paz, me dio perdón, me devolvió una increíble Madre.
Y aún recuerdo el día en que esa luz llegó a mí. De pronto todo adquiría un valor diferente.
Fue el día que evoqué el recuerdo de la madre de mi madre, a la que no conocí. Y no conocí porque falleció cuando mi madre tenía nueve años. Y entonces pude ponerme en el lugar de esa niña huérfana, en una casa enorme, cuidada por extraños, la que, subida en un banquito, lavaba las tazas del desayuno.
Entonces entendí, que me sentí huérfana, porque fui hija de una madre huérfana y no me pudo dar lo que no recibió.
Y hoy, aunque no está, su recuerdo es muy dulce y la vida me dio tiempo para disfrutar de esta segunda mamá.
He tratado que mi hija no fuera hija de una huérfana, y creo que lo he logrado.
A través de mi hija, la vida me ha dado con intereses los mimos y las demostraciones de afecto que tanto pedí a mi mamá.
¡Gracias vida!, ahora, estamos en paz.