Las gaviotas revoloteaban, abrían sus alas blancas, canturreaban sin saber lo que se aproximaba en ese mar azul ¡que felices gozaban! El cielo se iluminaba y ellas en bandadas, saludaban y les brindaban sus cantos a los viajeros de aquel gigantesco barco. Sin pensar que sería un tormento lo que el destino les deparara. El aire cambió, el reloj daba su hora, pero ya no de alegría, y aquel crucero que habría surcado el mar para disfrutar, se llenaba entre tumbos y palpitaba con movimientos circulares debajo del mar, su corazón con fuerza. Entre abismal amargura, porque la noticia los dejó perplejos: un virus llamado COVID 19 que acechaba el peligro, tal vez la locura de tripulantes y pasajeros que emprendieron con sueños en aquel viaje para ser felices y conocer las maravillas del paisaje del sur. Pero allí dando vueltas y vueltas como torbellino buscando su final o su nuevo comienzo, todo comenzaba en un nuevo amanecer, una pesadilla que duró una eternidad Llegaron al paisito, tal vez al más pequeño, pero de corazón grande. escritores floridenses Noticias en el mar azul Y ahí las emociones, los llantos, angustias, todo lo que podían sentir esas personas de lejanos países, con otros idiomas, culturas diferentes, con familias allá lejanas. Quedaron sorprendidos y, más que eso, agradecidos. Aunque ya la contaminación había penetrado en aquel castillo flotante, lleno de luces y maravillas, Usaban sus cámaras para dejar grabadas sus historias, anécdotas duras y dolorosas. El viaje que jamás podrán olvidar mientras vivan. ¿Vendrán tal vez mañana? ¿Besarán el suelo, como algunos pasajeros lo hicieron? ¿Guardarán de reliquia la bandera azul y blanca con ese sol que les sonreía y los invitaba a volver? El crucero que estuvo cerrado, amarrado, anclado mientras ellos se escondían, cada uno sin poder tocarse, encontrarse, con sus camarotes cerrados y mirando a través de las ventanas. Miraban con ansias porque no sabían si luego lo podrían hacer. No quedó ni un trozo de papel en blanco que dejaran sin escribir. Sábanas, trozos que llevaban nombres, palabras llenas de fe y esperanzas las dejaron plasmadas entre la magia de nuestro país y de su gente que los contuvo dándole el cariño, el apoyo y fueron salvados con todo el amor… Ya han vuelto nuevamente las asustadas gaviotas y batiendo sus alas despidieron a los navegantes valientes. Volvieron como estas gaviotas abriendo sus alas blancas, pudieron despegarse, aunque costó y volvieron a ser niños, porque nacieron de vuelta y creyeron en ese Dios que también vieron caminar sobre sus aguas y bendecir la cubierta. Eran tantas manos en ayuda. Tantas alas que volaron. Tantas lágrimas que limpiaron sus ojos y un destino que llegó con esa pandemia a cambiar la historia. Partieron en un viaje, llenos de sueños y se encontraron con un regreso donde parecía que viajaban a la luna en una cápsula y no de aquel hermoso crucero Greg Mortimer que los invitó en un día de verano a subir para llevarlos al mar azul y quedaron varados. Y gracias a los cuidados de ese paisito bello se fueron, abriendo sus alas, surcando el cielo celeste del Uruguay que los cobijó, en lo más triste de la amenaza de ese virus.