El Evangelio de este domingo nos enseña el papel fundamental de la fe en la gozosa dependencia de Dios. Las desilusiones y dificultades humanas, imprevistas a lo largo de la vida, son permitidas por la Providencia Divina para que marquen en nosotros el momento culminante en el cual Dios o el demonio se hace vencedor en el campo de batalla interior del alma.
Al presenciar el derrumbe de los sueños construidos sobre los cimientos frágiles de nuestro instinto de sociabilidad desordenado, la fe puede disminuir y nos volvemos egoístas, buscando seguridad en los bienes materiales. No obstante, si por el contrario, mantenemos la confianza –esperanza fortalecida por la fe- recomendada por Nuestro Señor Jesucristo en este pasaje del Evangelio, tendremos la posibilidad de una vida feliz en esta Tierra, aunque siempre acompañados de la cruz, en toda y cualquier circunstancia, debido a nuestro estado de prueba. Sólo esta fe firme y sin mancha nos hace vivir, en una sumisión total a Dios, haciéndonos capaces de enfrentar los sufrimientos con ánimo.
Crecer en la fe significa, muchas veces, presenciar o sufrir un desastre y mantener, en el fondo del alma, una confianza inamovible. ¡No hay escena más conmovedora que aquella, que al llegar al Calvario, y encontrarse con Jesús crucificado entre dos ladrones! Sin embargo con el alma partida delante de tal drama, encontraría consuelo si supiese pensar en las maravillas que de aquella Cruz surgirían, tal como lo hacía la Santísima Virgen, que allí estaba, de pie, sin flaquear. Tengamos confianza, porque los desastres son permitidos por Dios para lograr un bien mayor. La fe es un ungüento para todos nuestros dolores, es el ánimo y la alegría en medio de los sufrimientos de este gran desierto –la existencia en el exilio terreno- , hasta alcanzar un día la felicidad eterna, en la gloria celestial.
¡La fe conquistará el mundo!
Vivimos en una época de ateísmo en que la fe se va debilitando cada vez más en el corazón de las personas. El orgullo terrible prevalece frente a Dios, y el mundo no acepta ni adhiere a sus verdades. Ante una humanidad tan lejana de su propio fin, nuestro anhelo de católicos es ver que la Buena Nueva del Evangelio conquiste la faz de la tierra de tal manera que produzcan los resultados más bellos en materia de santidad. Tenemos claro como las condiciones actuales, cuán lejos están de hacer esto naturalmente posible. Por eso, se nos pide uno de los mayores actos de fe jamás vistos y exigidos hasta nuestros días.
¿Si los Apóstoles –escogidos directamente por Nuestro Señor- pidieron un aumento de su fe, cómo no lo debemos pedir nosotros también? Pidamos entonces, a Él una fe robusta suplicando: ¡Señor, que eres todopoderoso y creaste el don de la fe para infundirlo en las almas; tú tienes la posibilidad de crear esa virtud en grado infinito! ¡Danos, entonces, la fe que tanto precisamos! ¡Ven y concédenos un fulgor de fe como nunca existió en la Historia! ◊
Fuente: CLÁ DIAS EP, Mons. João Scognamiglio in: “Lo Inédito sobre los Evangelios”, Vol. III Librería Editrice Vaticana.
Buenísima reflexión de Monseñor Joao Clá!!