En Florida, salir a caminar se ha vuelto una aventura con sabor a riesgo. Los perros sueltos, sin dueño o con ellos son responsabilidad de alguien y se han convertido en un problema que golpea la convivencia, la seguridad y la salud pública. No se trata de exagerar: basta recorrer cualquier barrio para ver la escena repetida de animales vagando, ladrando, persiguiendo bicicletas o enfrentándose entre sí.
Los vecinos lo saben bien. A diario, se escuchan historias de personas que deben cruzar la calle para evitar un grupo de perros agresivos, de niños que ya no se animan a ir solos a la escuela, o de ciclistas que terminan en el suelo tras ser acorralados. No es un fenómeno nuevo, pero sí uno que ha crecido ante la pasividad de las autoridades. Florida necesita con urgencia un control real, firme y sostenido de los perros sueltos.
No alcanza con campañas esporádicas ni con declaraciones tibias. Se necesita una acción concreta: censos caninos, identificación obligatoria, sanciones a los propietarios irresponsables y, sobre todo, un sistema de captura y refugio que funcione. Es inaceptable que los espacios públicos —plazas, paseos, avenidas— se transformen en terrenos inseguros por la falta de una política coherente.
También hay un problema de conciencia social. Tener un perro no es simplemente darle de comer: es asumir una responsabilidad frente a la comunidad. Los animales no tienen la culpa de la negligencia humana, pero son quienes terminan pagando las consecuencias de una ciudad que los abandona y luego los teme.
El bienestar animal y la seguridad ciudadana no son conceptos opuestos, sino complementarios. Controlar no significa maltratar, sino garantizar que todos —personas y animales— puedan convivir en armonía. Pero para eso hace falta voluntad política, recursos y compromiso ciudadano.
Florida no puede seguir esperando a que ocurra una tragedia para reaccionar. Los vecinos están cansados de reclamar soluciones que nunca llegan. La IDF debe escuchar, actuar y asumir que este no es un asunto menor, sino un problema estructural que afecta la calidad de vida de todos.
Porque cuando el miedo a salir de casa por culpa de un perro suelto se vuelve rutina, algo muy profundo se ha roto en la convivencia social. Y repararlo exige más que palabras: exige decisión, control y responsabilidad.
