Argentina se enfrenta a una nueva posibilidad, luego del intento fallido hace dos años, de legalizar el aborto. Días pasados ha sido aprobado el proyecto en la Cámara de Diputados y ahora con esta media sanción espera su tratamiento en el Senado. No vamos a entrar en valoraciones a nivel del contenido pues a todas luces es un proyecto de ley que esconde mucho más de lo que revela. Claramente hay cobardía y miedo de manifestar las brutalidades que contiene y que ello escandalice a buena parte de la población sensata. Más allá de las posturas filosóficas es un tema que merecería otro debate, pues lo que está en juego, antes que posiciones religiosas o ideológicas, es un modelo antropológico que conlleva un proyecto de sociedad, la que de acuerdo a lo que se decida será más o menos humana. Insisto que el tema de la vida de un individuo de la especie humana, es decir, una persona, es demasiado importante como para que quede reducido y empobrecido en un debate ideológico o, peor aún, sentimentalista. Lamentablemente esto es lo que sucedió en el Parlamento argentino. Por ello, reiteramos que no es necesario por el momento entrar en el contenido del proyecto, cuando formalmente hay tanto para observar. Pero no nos extrañemos, porque algo similar aconteció hace varios años entre nosotros, cuando se perpetró el despropósito legislativo de la mal llamada ley de interrupción voluntaria del embarazo. Lo que se vio en la discusión parlamentaria del país vecino fue un intercambio de argumentos de muy mala calidad, apelando más a lo emotivo que a lo racional. Eso se manifiesta en que la discusión del proyecto fue en general, pero no se realizó la discusión en particular, artículo por artículo. De haberse discutido de esta forma, como merece y obliga tan delicada materia, no se habría cambiado la naturaleza, pero se hubieran podido mitigar bastante los resultados, haciéndolos menos brutales. El debate no puede ser sentimental y tampoco ideológico, pues lo que hay que discutir no son consignas, sino datos. Primero reconocer la verdad y luego hacer los juicios de valor, este es el proceso de cualquier intercambio de argumentos que pretenda ser medianamente serio. Pero es innegable que no se quiere partir de la verdad, lo que se manifiesta en la misma denominación del proyecto, que esconde la realidad – aborto– y utiliza un eufemismo edulcorado –interrupción legal del embarazo–. Pero si queremos más pruebas, las tenemos en las palabras del ministro de Salud Pública, que como portavoz del entusiasta gobierno pro aborto, expresa que lo que hay en el vientre de la mujer es un «fenómeno», no un ser humano, contradiciendo no solo la ciencia, sino el más elemental sentido común. Basta preguntarle a cualquier madre –aunque siguiendo con la colección de eufemismos y engaños, deberíamos decir «mujer gestante»- para confirmar si su experiencia durante nueve meses fue la de gestar una nueva vida humana o simplemente albergar en su seno un «fenómeno».