Llegar a la edad que tengo, cuando el arpa o la lira están más cerca de mi que la guitarra y descubrir que mis padres fueron terribles abusadores, me moviliza mucho.
Mi madre, una enérgica mujer nacida en 1929, en pagos de Durazno, modista de profesión y devenida en almacenera del barrio Goes, debe ser sin duda, la culpable de todos los terribles momentos vividos y traumas qué me acompañan hasta el día de hoy.
Generalmente para, los psicólogos, la madre tiene la culpa de todo.
Mi padre, un gaucho rochense, de San Luis Al Medio, es el cómplice de los horripilantes momentos vividos en mi niñez y adolescencia.
Mi hermano mayor, un citadino de pura cepa, es testigo y víctima como yo, de los abusos paterno- maternales.
¿El por qué de estos dichos?
Porque descubrí que todo lo vivido y aprendido de niño, no sirve de nada hoy.
Recuerdo como me torturaban, a diario, con eso de que tenía que estudiar para ser mejor, que el mayor sacrificio que hiciéramos, daría como resultado únicamente beneficios en el futuro, qué tenía que ayudar a mis padres, abuelos y toda la parentela qué pudiera.
Insistían con que debía ser amable, gentil, respetuoso, galante y tratar con delicadeza a las niñas y mujeres.
Qué nunca debería referirme con palabras obscenas, ni gestos inadecuados.
Y complementaron su tortura con que había cosas que eran de varones y otras de niñas.
Qué las mujeres, tenían bebés y los varones ponían la semillita.
Mentirosos, abusadores
Y para completar los desdichados hechos, a la tierna edad de 10 años y a mi hermano de 15, nos hacían levantar los sábados a las 4 AM para acompañar a mi padre al mercado agrícola, para buscar las frutas y verduras qué venderíamos posteriormente en la Provisión Santa Rita.
Mi trabajo era cuidar la chata de madera y rulemanes, qué quedaba en el portón. Donde luego trasladábamos, llena de cajones, cuesta arriba, ayudando a papá a jalar, haciendo fuerza, por José L Terra, rumbo al comercio familiar.
En esa época vi a mi pobre hermano, luchar con un cajón de lechugas o chata de manzana y una vez, el ya con 17 años, con una bolsa de papas y eso porque papá estaba fracturado.
Yo oficié de almacenero y tuve que soportar a las chusmas del barrio con sus cuentos, qué no me importaban nada.
Pero por suerte a pesar de tanto abuso me crié y llegué hasta hoy.
Soy un sobreviviente.
Hoy, qué un niño haga algún tipo de actividad, está regulada y es tildada de abuso, ni te digo si llegas a decir una galantería a una mujer.
Ahora las nenas están distintas, y los varones parece, no tienen y no les interesa sembrar, salvo odio.
Destacar e impulsar al que estudia y trabaja es casi una ofensa.
Ya voy arreglar cuentas con mis viejos, no imaginaron el futuro, no me prepararon para esto.