Anahí Vidal: Tomando mate con la culpa

Mientras tomaba mate, de repente resonó en mi cabeza este monólogo y, aunque en cierto momento dudé de mi lucidez, me mantuve escuchando casi sin respirar para no perturbar el soliloquio que decía así:

“Hola, soy tu amiga la culpa, y existo para que eches todas tus frustraciones en mis hombros. A mí no puedes culparme, porque soy el límite de tus cuestiones no resueltas. Sí, en mí termina tu miedo, tu rabia, tu palabra incomprendida, tu cobardía de no ser. Luego de mí no existe la emoción, sino el vacío innombrable. El torrente de tus lágrimas de angustia desemboca en el océano de las mías, haciéndose un mar eterno, salado, oscuro y quieto, muy, muy quieto.

“Algunos dicen que soy el fuego en el cual se cuecen las grandes almas, yo digo que soy el cementerio de tus heridas.

“Soy más que la conciencia de tus errores, porque ellos pueden ser enmendados, y a mí solo me erradica el cambio.

“El surco de todas las correcciones de tus faltas es el lecho del nuevo río, el río de constante fluir, el río de la vida incesante, la mutación natural de todo lo existente.

“Solo el agua me extingue, el agua que corre transparente, como símbolo de la renovación y de obediencia a la Ley amorosa que vence a la muerte, pues el cambio es morir y nacer a cada instante.

“Como todas las cosas tengo mi lado bueno. Mientras me subo en tu espalda y me cargas, tu ego se va consumiendo, y cuanto más pesada me sientes, más se apaga tu soberbia.

“Acá estoy, esperando pacientemente que me sostengas y soportes, o que me disuelvas, o que me atravieses con la valentía del guerrero impetuoso.

“Pero más que nada anhelaría que me liberaras del yugo de la idea que tienes de mí, de la importancia que me atribuyes. No existo más que en tus pensamientos.

“Solamente la inocencia puede cortar la soga que me ata a ti, y cuando halles la pureza y encuentres la desnudez del paraíso, entonces ya no me necesitarás, porque en ti no anidará más el deseo.”

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