Hoy me desperté con el dulce sabor de mi reencuentro familiar.
Recuerdo que a mí me hicieron con un cuero negro muy fino y herrajes de color oro. Me pusieron perfume del cuero nuevo, me envolvieron en un papel de seda y me colocaron en una hermosa caja en la que haría, supe después, el viaje de Italia a Uruguay.
Dormí todo el viaje y desperté no sé cuánto tiempo después, enceguecida por la luz del sol que iluminaba una vidriera de una ciudad que me dijeron que se llamaba Montevideo.
¡Si vieran cómo me miraban y me admiraban todas las chicas que pasaban delante de la vidriera!
Aunque no estuve mucho tiempo allí, porque un día me sacaron de la vidriera para que una chica rubia me tomara en sus manos. Por su cara supuse que le gusté y luego de un momento volvía a mi caja envuelta en papel de seda y dormí un tiempo que no supe calcular y desperté en una casa desconocida, la que desde entonces fue mi casa por muchos, muchísimos años.
Me sacaron de mi caja y recibí el aplauso de toda la familia como bienvenida, y me gustó. Ahora suponía que había encontrado mi hogar definitivo, aunque, ya muy mayor, me enteré que todavía tendría increíbles cosas por vivir. Yo descansaba en el estante superior del ropero la mayor parte del tiempo, porque me reservaban para acontecimientos importantes.
Así fue que acompañé a mi dueña a conciertos, fiesta, salidas a Montevideo a ver el Doctor, a casamientos, en su viaje de luna de miel, al bautismo de sus hijos. Yo me sentía una más de la familia y viví feliz por muchos años porque era la única y la mimada y porque me cuidaban con esmero.
Ella no dejaba ni que su nena jugara conmigo porque me podría dañar.
Pero con el paso del tiempo pasaron muchas cosas, porque un día llegó un paquete enorme que pusieron a mi lado sin saber lo que contenía y curiosa, me acerqué y aunque sin mucha luz miré y no quería creer lo que vía: ¡Ya no sería la única, alguien más ocuparía mi lugar!
Yo sé que no estoy igual que tengo alguna cuarteadura… ¿pero suplantarme?
Así fue que después de su llegada pasé a jugar con las niñas que llegaban de visita y ya no me cuidaban como antes.
Por lo bien que me portaba y porque me llevaba muy bien con las niñas coquetas, la vecina que era maestra, le pidió a mi dueña que me fuera con ella, para jugar en los recreos.
Desperté al otro día en un canasto con juguetes, y aunque extrañaba mi casa, por un largo tiempo me sentí útil por darle alegría a las niñas y también disfrutaba de jugar con ellas.
Una de las maestras un verano ponía al día el canasto de juguetes y decidió que era hora de mandarme a otro lugar. Fue muy difícil para mí, una enorme angustia me invadió.
Aunque no me fue tan mal, porque me llevó a su casa me colgó de un perchero y le dijo al marido: ¡Mirá lo que te traje!
Yo no entendía bien lo que debía hacer, pero desde allí presenciaba las clases de teatro que daba mi nuevo dueño,
Parece que yo debía en algún momento acompañar a alguna de sus alumnas que, disfrazada, iba a representar a una viejecilla ante un teatro lleno. ¡Qué emoción! ¡Ahora yo sería artista!
Un día, como siempre mirando desde el perchero la clase, vi a unas señoras que creía no haber visto antes que se integraban al grupo. Fue el momento que me volvió a cambiar la vida. Una de ellas no pudo contener su emoción y al verme exclamó: ¡LA CARTERA DE MAMÁ!
El profe le contó parte de mi historia desde que salí de su casa mientras ella me tomaba con amor con sus manos, que ahora no eran de niña.
Se imaginarán mi alegría al reencontrarme con alguien de mi familia.
También me enteré de que mi dueña había partido ya, pero la tibieza de las manos de su nena a la que no hubiera reconocido si ella no lo hubiera hecho, me devolvía a mi lugar de pertenencia, y por primera vez lloré.
Desde entonces, aunque han pasado los años cada tanto abre la caja en la que ahora vivo, me da una mirada y sonríe.