Araceli Faggiani: Inolvidable

Tuve la sensación de que una inmensa puerta de hierro
se cerraba para siempre en mi corazón.
Lawrence Durrell

Surgió como de una nube en un día en que el sol proyectaba su luz intensa, con un cielo azul y carmín, extendiéndole su mano siempre abierta, para brindarle su entrañable, inefable compañía.
Surgía de improviso, como si poseyera un radar interior, con una sonrisa permanente en sus labios, hablando con desenvoltura de los más escabrosos temas, expresando su opinión; sugestivamente ocurría cuando más necesaria era su presencia alentadora.
Llegaba siempre con flores, del hermoso jardín cultivado por su madre, con rumbo hacia alguna persona necesitada.

Incansable para organizar lo que fuera, reuniones de grupo eclesiástico, retiros espirituales o una misa cantada con guitarra (que era una novedad en esos tiempos).
Su poder organizativo era tal que convocaba siempre una enorme cantidad de jóvenes a tales eventos.
Si la necesidad era cocinar, lo hacía; animar una misa, también; hablar en una reunión, improvisaba.
Sin temores expresaba abiertamente sus opiniones en los lugares más insólitos; su presencia jamás pasaba desapercibida; asomaba ya la líder.
Se involucraba en lo que se la requiriera, sin escapar jamás a tales obligaciones, impuestas muchas veces por ella misma.

Conocía por intuición las necesidades de su entorno; nada le parecía imposible y haría lo que fuera por ayudar.
Vivía cabalmente a sus jóvenes años, la palabra del Evangelio: Dios en el hermano, sobre todo en el más pequeño.
Su casa era “la casa del pueblo” solíamos decir, siempre de puertas abiertas; cada visitante era recibido con alegría y solidaridad.

Esta persona —casi angelical— brilló, como sol en el estío por siempre.
Juntas iniciaron sus estudios y juntas lo finalizaron; pese a los años de autoexilio, retornó al país para completar su carrera.
Se marchó luego de rendido el examen a la “vecina orilla” donde se había radicado.
Se fundieron en un abrazo; con su sonrisa eterna y su mano extendida y partió.
Fue la última vez que la vio.
Su presencia desapareció, no su recuerdo.
Su familia —como tantas otras— la buscó incansablemente; jamás se resignó a aceptar la situación.
Había ofrendado su vida por sus ideales.

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