Ejerció la Odontología durante 38 años en la ciudad floridense de Sarandí Grande y en la capital, Montevideo, madre, abuela, mujer activa durante toda su vida, en su retiro se dedicó a servir a los demás. Buena persona de profesión. Nació el 5 de junio de 1929 en el paraje de Polanco del Yí, ubicado en tierras profundas del Departamento de Florida, separadas de Durazno por el río, en una familia de 17 hermanos. Casa de trabajo y acendrados valores campesinos, fue la hermanita 16 de aquella inmensa familia educada en una escuela rural, ubicada a cinco leguas de la casa, que debían cruzarse a caballo. Se recibió de Odontóloga, y fue a Sarandí Grande a ejercer, donde tempranamente trabajo en el Consejo del Niño. Fue la profesional que atendió a generaciones de sarandienses, pero también ejerció en Montevideo hasta su retiro, en la década de 1990. En sus años de actividad, tuvo a cargo en los más diversos servicios odontológicos como la urgencia externa de la Española, y un grupo multidisciplinario del INAU donde atendió a personas discapacitadas, realizando largas jornadas en la Colonia Berro. Tuvo tres hermosas hijas -Rosario, Verónica y Lilianaque migraron de su Sarandí Grande natal hacia lugares que nunca estuvieron lejos de su corazón. Al jubilarse, lejos de retirarse de la vida eligió la nueva profesión de servir a los más necesitados. Persona piadosa desde siempre. En una página muy emotiva, sus hijas dejaron a su fallecimiento una pequeña semblanza suya. “Estuvo al servicio de los demás y siempre lo hizo con mucho amor y dedicación. Después de jubilada, se dedicó a la vida de servicio hacia los demás y participó en el merendero de la Parroquia Tierra Santa en Montevideo, perteneciendo a la comunidad Franciscana. Le gustaba hacer cursos de artes, idioma portugués, computación, tallado en madera, encuadernación, feng shui, flora autóctona. Excelente abuela, estuvo en todos los momentos acompañando a sus nietos e hijas. También le gustaba la música y bailar. Y siempre estaba alegre, cantando. Dedicada siempre a sus plantas. Y en las reuniones familiares eran famosas sus torta pizza”. En esa semblanza faltó decir que también fue una excelente tía, de las que estuvo cuando hizo falta. De hablar pausado, su suave voz era clara y calma, sabía escuchar y tenía un porte como el caracterizado por Sor Juana Inés de la Cruz en su hermoso poema. “Yo no estimo tesoros ni riquezas; / y así, siempre me causa más contento / poner riquezas en mi pensamiento / que no mi pensamiento en las riquezas. // Y no estimo hermosura que, vencida, / es despojo civil de las edades, / ni riqueza me agrada fementida, / teniendo por mejor, en mis verdades, / consumir vanidades de la vida / que consumir la vida en vanidades. Desde marzo se había desmejorado, pero nunca perdió su sonrisa. Quiso Dios llamarla el sábado 26, día de San Esteban, reconocido en el libro “Hechos de los Apóstoles”, como uno de los siete diáconos elegido por los Apóstoles para servir alimentos entre los más pobres de los fieles a la Iglesia. Como dijo una de sus hijas, Herlinda “nació en plena crisis económica mundial de 1929, y murió en la crisis sanitaria mundial” de este 2020 que se va con tantas Almas en su mochila. Tuvo una vida plena de entrega, y nunca reclamó agradecimiento. Sus silencios se oían. Nació a la vida eterna en Montevideo. Tenía 91 años