En julio de 1615, el puerto de El Callao, una próspera y estratégica plaza comercial del virreinato del Perú, se encontraba bajo la amenaza inminente del corsario holandés Joris van Spilbergen. Con la intención de saquear y devastar la ciudad, Spilbergen se preparaba para un ataque a sangre y fuego que habría sumido a la región en caos y destrucción
En medio de esta crisis, una joven peruana llamada Isabel Flores de Oliva, conocida por su devoción religiosa, tomó una decisión audaz. Isabel, quien había adoptado el nombre de Rosa de Santa María al unirse a la Orden de Santo Domingo, no era ajena a los desafíos, pero esta vez enfrentaba una amenaza que iba más allá de lo espiritual. Con el puerto y sus habitantes al borde del desastre, Rosa reunió a un grupo de mujeres y las condujo en una ferviente rogativa, implorando intervención divina para proteger la ciudad.
La leyenda cuenta que, mientras estas mujeres rezaban con toda su fe, el cielo comenzó a oscurecerse. Una tormenta se gestó rápidamente, desatando vientos y lluvias tan intensas que impidieron el avance de los corsarios. Spilbergen, desorientado y superado por la furia de los elementos, se vio forzado a abandonar su ataque, dejando a El Callao y sus habitantes a salvo.
Este evento marcó el nacimiento de la leyenda de Santa Rosa de Lima, quien sería reconocida como la primera santa nacida en América. A partir de ese momento, cada año, a fines de agosto, se espera la llegada de un temporal que lleva su nombre: el temporal de Santa Rosa. Aunque no todos los años se presenta con la misma intensidad, la tormenta es vista como un recordatorio de la fe y el milagro atribuido a Santa Rosa, quien es celebrada no solo en Perú, sino en toda América Latina como protectora y símbolo de devoción.
El temporal de Santa Rosa ha perdurado en la memoria colectiva, siendo un fenómeno que, más allá de la meteorología, conecta a las personas con una historia de esperanza y salvación, enraizada en los orígenes mismos de la devoción popular en nuestro continente.