EL SANTO PATRONO DE JOSÉ PEDRO VARELA

El 19 de marzo la Iglesia católica celebra la festividad de San José y más allá de la fe de cada uno es un día para recordar a quienes llevan ese nombre. Por eso, en esta oportunidad quiero rememorar, como lo hacen muchos de los uruguayos, a una figura consustanciada con nuestra historia nacional, como lo es José Pedro Varela. El 19 de marzo es el aniversario de su natalicio y por ese motivo lleva el nombre del esposo de la Virgen María y padre adoptivo de Jesús. Dejando un poco de lado lo que desde la escuela todos sabemos sobre el reformador de la enseñanza, me quería detener en un aspecto poco conocido de su obra. Me refiero al lugar de la enseñanza religiosa en la escuela pública, en su proyecto de reforma. Desde muy pequeños a todos se nos enseña que la reforma de Varela, que tuvo el gran mérito de universalizar la enseñanza primaria, trajo la gratuidad, obligatoriedad y laicidad a la misma. Todo es cierto excepto el tema de la laicidad, pues con la reforma escolar del gobierno del Coronel Lorenzo Latorre, llevada adelante por Varela, no se logró que la religión quedara fuera de la escuela pública estatal. Esto no es una opinión, es la realidad comprobable solo con leer el artículo 18 del Decreto-Ley de Educación Común, Nº 1350, de 24 de agosto de 1877: «La enseñanza de la Religión Católica es obligatoria en las escuelas del Estado, exceptuándose a los alumnos que profesen otras religiones, y cuyos padres, tutores o encargados, se apongan a que la reciban». Como vemos, tras la reforma, sigue siendo obligatoria la enseñanza de la religión, y religión católica, en la escuela pública. Por otro lado, que lo que se enseñe sea la doctrina católica es lo lógico, ya que el Estado uruguayo en ese momento, de acuerdo a la vigente Constitución de 1830, era un Estado católico. Es verdad que dicho artículo 18 no estaba redactado de esa forma en el proyecto de Varela, cuyo artículo 59, referente a este tema, establecía otra cosa. Varela era de la idea de que cada comisión de distrito escolar facultativamente eligiera si en las escuelas de su jurisdicción se enseñaba o no la religión católica. Incluso, en aquellas que fuera aceptada, debería impartirse fuera de las horas de clase, y no podría ser obligatoria. Como vemos, Varela no es muy proclive a la enseñanza de la religión católica, pero tampoco la destierra, porque entiende que la mayoría de la población es creyente. Pero si vamos a sus escritos nos encontraremos con una sorpresa, pues en su conocida obra «La educación del pueblo», Varela expresa: «Desde que vamos a sostener la justicia y la conveniencia de no enseñar en las escuelas públicas, o mejor dicho, de no enseñar en la escuela, los dogmas de una religión positiva cualquiera, empecemos por rechazar el cargo injusto que nos dirigen los adversarios de esa doctrina, diciendo que los que así piensan, quieren el establecimiento de la escuela antirreligiosa. No: como dicen los americanos, es unsectarian (no confesional) pero no godless (sin Dios): no pertenece exclusivamente a ninguna secta y, por la misma razón, no es atea, ya que el ateísmo es también una doctrina religiosa, por más absurda que pueda considerarse».No existe, sin embargo, contradicción entre lo que expresaba en su proyecto de reforma y lo que plasma en esta obra. Su idea sobre la religión es clara, la religión no puede excluirse, la escuela no puede ser antirreligiosa o atea, a su entender lo que debe excluirse es la enseñanza del catecismo católico. Este matiz es fundamental, porque han pasado ciento cincuenta años y al día de hoy, cuando en nuestro país se habla de enseñanza de religión en la escuela pública, todavía se piensa en el catecismo católico. Una cosa es hablar de religión en general y otra muy diferente hablar de la doctrina de una confesión religiosa en particular, del mismo modo que no es lo mismo hablar de fútbol en general que hablar exclusivamente de Peñarol o de Nacional o cualquier otro club. Lamentablemente Varela falleció poco después de entrada en vigencia la reforma y quienes lo sucedieron en la Dirección de Instrucción Pública, entre ellos su hermano Jacobo, eran partidarios de una concepción diferente a la de Varela, es decir radicalmente antirreligiosa. Igualmente, esa laicidad mal entendida, como eliminación de todo vestigio de religión y proscripción del nombre de Dios en la escuela, recién triunfó con la Ley Nº 3441, de 6 de abril de 1909, que estableció la supresión de toda enseñanza y práctica religiosa en la escuela. Pasaron, entonces, más de treinta años desde la reforma escolar para que se lograra quitar no solo el catecismo católico, como quería Varela, sino toda mención al ámbito religioso, como no quería Varela. Por tanto, a Varela no le podemos atribuir la exclusión de la religión en la escuela pública. Su pensamiento, contra lo que generalmente se cree, no estaba a favor de tal exclusión, solo se oponía a la enseñanza del catecismo católico. En este sentido al no oponerse a la mención de Dios y la religión en general en la escuela pública, lo hacía partidario de una auténtica laicidad positiva, inclusiva, y no del laicismo excluyente y hostil que finalmente resultó hasta nuestros días. La prematura muerte del reformador no permitió que la historia fuera otra y quizás hoy, como en la mayoría de los países, la religión fuese un aspecto más en una formación escolar de la niñez realmente integral. Aunque no existan demasiados motivos para esperar eso, los creyentes invoquemos a San José, el santo patrono de José Pedro Varela, pero fundamentalmente el que supo enseñar de modo ejemplar a su hijo adoptivo Jesús, en la escuela de virtudes de su familia en Nazareth.

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