ÉL SOPORTÓ EL CASTIGO QUE NOS TRAE LA PAZ

El tribunal era injusto, con jueces corruptos que no respetaron la ley; el proceso apresurado y mal hecho; el juicio no autorizado, en manos de personas que actuaron arbitrariamente, como si ellos fueran la ley; y la condena es excesiva. Como si esto fuera poco, tenemos la contribución a la maldad por parte de uno de los discípulos, Judas, quien entrega al Mesías. Recibe su paga del dinero del tesoro del templo, destinado entre otras cosas a los sacrificios, sin saber los que lo contratan que están pagando por el sacrificio redentor perfecto, eterno, el del Hijo de Dios. Dinero que, luego, Judas, arrepentido, devuelve y los jefes de los sacerdotes no lo aceptan, pues no podían volverlas al tesoro del templo por ser “precio de sangre” (Mateo, 27, 6). Judas lo entrega como un esclavo, pues las treinta monedas de plata, que fue el precio estipulado, era lo que estaba establecido: “Si el buey cornea a un siervo o a una sierva, se pagarán treinta monedas de plata al dueño de ellos, y el buey será apedreado” (Ex. 21, 32). Pero cumpliéndose, por otra parte, la profecía de Zacarías 11, 12- 13: “Yo les dije: ‘Si os parece bien, dadme mi jornal; si no, dejadlo’. Ellos pesaron mi jornal: treinta monedas de plata. Yahveh me dijo: ‘¡Échalo al tesoro, esa lindeza de precio en que me han apreciado!’. Tomé, pues, las treinta monedas de plata y los eché en la Casa de Yahveh, en el tesoro”. Debemos considerar, además, que existían dos jurisdicciones y por tanto dos procesos: el judío y el romano. El judío, llevado adelante por el Sanedrín (corte suprema formada por el Sumo Sacerdote y 70 miembros), no podía establecer pena de muerte. El derecho romano, en tanto, era un derecho personal, se le aplicaba solo a los ciudadanos donde estos estuvieran, pero donde conquistan no aplican su derecho, porque ser ciudadano romano no era para todos, sino un privilegio. Sin embargo, el derecho romano tenía el ius gladi, el poder de la espada. De ahí que, una vez celebrada la Última Cena y dirigiéndose al Huerto de los Olivos, por existir dos jurisdicciones, Jesús deba soportar una excesiva movilidad: 1º. Del Huerto de los Olivos (donde fue arrestado) a la casa de Anás. 2º. De ahí a la casa de Caifás. 3º. El tránsito al pretorio de Pilato. 4º. De allí a la casa del Rey Herodes. 5º. Por segunda vez es llevado ante Pilato. 6º. El recorrido hacia el Calvario con la cruz a cuestas. Por tanto, a Jesús se lo somete a dos procesos, cada uno con sus respectivas fases: el religioso, por la acusación de blasfemia, llevado adelante por el Sanedrín, y el civil, romano, ante el Gobernador Pilato, quien podía decretar la pena de muerte, acusado aquí de incitación a la rebelión. El petitum (lo que pide la parte) y la sentencia debían ser conformes. Por ello se dice que blasfema, por decir que era Hijo de Dios, si bien lo hace en respuesta a una pregunta directa sobre si era el Hijo de Dios, ante la que no podía mentir. Pero la blasfemia se consuma cuando se pronuncia el nombre de Yavhé y Jesús no lo hace, por tanto, no blasfema. Cuando se pasa al proceso romano, ante Pilato, cambia la causa petendi (motivos que originan el ejercicio de la acción). Ahora lo acusan no por blasfemo, sino porque se hace rey. Pero las acusaciones son falsas, ya que lo quieren hacer pasar por un agitador y no lo es, la realidad lo desmiente, de hecho hasta paga sus impuestos, tal como lo atestiguan los evangelios. Frente a este espectáculo Pilato se burla, porque ve que Jesús es inocente, y entonces se lava las manos. “Aquí tienen al hombre” (Jn. 19, 5). En definitiva: ¿de quién es la responsabilidad: de los judíos o de los romanos? Se pasan la responsabilidad unos a otros. Pilato es muy claro, ante los judíos: “’¿Qué acusación traéis contra este hombre?’. Ellos le respondieron: ‘Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado’. Pilato replicó: ‘Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley’. Los judíos replicaron: ‘Nosotros no podemos dar muerte a nadie’” (Jn. 18, 29-31). Y ante Jesús, Pilato pregunta: “¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” (Jn. 18, 35) En realidad a Pilato no le interesa la acusación de los judíos de que Jesús decía que era el Hijo de Dios, ya que los emperadores eran considerados hijos de dios y, además, no le importa la religión de los judíos. Pero Pilato sí tiene temor de no mostrarse como amigo del César Tiberio (muy exigente con la fidelidad de sus gobernadores), quien le había llamado la atención por otros asuntos. No quiere ser condenado por permitir agitadores contra Roma. Por eso, se lava las manos frente a la silla curul, y es responsable, porque con ese gesto permite la condena a Jesús, a pesar de afirmar: “Yo no encuentro ningún delito en él” (Jn, 18, 38). En concreto, son responsables ambos, romanos y judíos. Los primeros porque el Gobernador podía aceptar, revocar, modificar o dar sentencia nueva con relación al Sanedrín, pero no lo hace. Los judíos porque condenan a pena de muerte a alguien que la autoridad romana había considerado inocente. Hasta aquí este somero análisis del proceso a Jesús, el que, como decíamos, está plagado de irregularidades y arbitrariedades que atentan contra la justicia y la dignidad de la persona, pero sobre todo contra la Verdad. El derecho, ayer y hoy, antes que a la justicia debe aspirar a la verdad. Sin verdad no hay justicia, es decir, no hay posibilidad de darle a cada uno lo que es debido. Pero como cristianos agradezcamos que la justicia de Dios no es corrupta ni arbitraria, e incluso a través de la injusticia de los hombres es capaz de traernos la paz

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