La expresión del título, que refiere a la profecía de Isaías sobre el Mesías, nos lleva a la consideración del juicio a Jesús, sin duda el proceso más importante de la historia. Lo condenaron a un juicio injusto, pero “Él soportó el castigo que nos trae la paz” (Is. 53, 5). Un análisis estrictamente jurídico del relato que nos aportan los evangelios permite comprobar cómo la ley puede estar al servicio de la arbitrariedad y la injusticia, y ser un instrumento para matar al justo por excelencia. Para entender este juicio es necesario referirnos al sistema jurídico, especialmente el derecho procesal, en vigencia en época de Jesús. El sistema jurídico judío se basaba en la Mishná (del hebreo “estudio”, “repetición”), que es una compilación de leyes que recoge la tradición oral que se desarrolló desde los tiempos de la Torá (la Ley) hasta su codificación, a fines del siglo II. El corpus iuris llamado Mishná es la base de la ley judía oral o rabínica, que conjuntamente con la Torá o ley escrita, conforman la Halajá. En los siglos posteriores la Mishná fue ampliada dando lugar a la Guemará y luego el Talmud. Lamentablemente no todos conocemos lo suficiente sobre la Mishná, pero el desarrollo del proceso a Jesús fue tan irregular que no se necesita ser especialista para comprender las arbitrariedades de las que el Mesías fue objeto. Veamos los principales elementos. Para comenzar, el juicio debía hacerse de día pero fue nocturno, nada podía hacerse después del atardecer y antes del sacrificio de la mañana. A Jesús no podían detenerlo las autoridades religiosas que habían sido sobornadas. El día de la instrucción tenía que ser distinto al día del veredicto de culpabilidad, pero fue el mismo, y además el veredicto no podía anunciarse de noche. La sentencia debía darse al tercer día luego de haber sido declarado culpable. El juicio no podía ser en víspera de sábado o fiesta importante y fue en plena fiesta de la Pascua. Los testimonios debían ser estrictamente iguales, pero no se tuvo en cuenta; debían existir dos o tres testigos que coincidieran en sus declaraciones en todo detalle. En concreto, debía haber testigos de descargo, pero no los hubo. Los juicios debían ser públicos no secretos. El proceso desarrollado por el Sanedrín solo podía realizarse en el Templo, en el Salón de la Sentencia. No hubo defensa antes de la acusación, tal como lo establecía el procedimiento. Al Sumo Sacerdote se le prohibía rasgar sus vestiduras y, sin embargo, lo hizo. A los miembros del Sanedrín (jueces) no se les permitió participar en la detención. Un condenado a muerte no podía ser de antemano golpeado o azotado. El acusado no estaba obligado a declarar en su contra; nadie podía ser creído ni condenado por sus propios dichos. Como Jesús conoce el proceso, dice: “¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho” (Jn. 18, 21), y cuando insisten guarda silencio, pues sabe que no tiene valor lo que diga. Los jueces debían ser de trato humano y amable; además no podían acusar, sino solo investigar las denuncias que les interpusieran. La unanimidad en declararlo culpable es muestra de inocencia, ya que eso es imposible si no media una conspiración; todos podían argumentar en favor de la absolución pero no todos en favor de la condena. La votación a favor de la pena de muerte tenía que hacerse por recuento individual de votos, comenzando por los más jóvenes para evitar que estos se sintieran influenciados por los ancianos. Este elenco de irregularidades, nos muestra que en este proceso judío (detención, juicio, condena, sentencia y ejecución) se transgredieron, concretamente, veintidós leyes de tipo procesal, o sea, las leyes que establecían el modo cómo el Sanedrín debía llevar adelante el juicio. Con el fin de lograr la pronta muerte del Mesías violaron sus propias leyes. Un verdadero despropósito jurídico, cuya causa es una conspiración liderada por el Sumo Sacerdote Caifás: “Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás; y resolvieron prender a Jesús con engaño y darle muerte” (Mateo 26,3-4).